Manuel Amado todavía recuerda cómo al dueño de la sala de fiestas de Carral se le agrió la cara cuando sacaron de su repertorio una de Pink Floyd y el público voló con ellos al “lado oculto de la luna”. Lo hacían a menudo, dice, por lo sinfónico de los británicos y las posibilidades que regalaban sus temas para hacer brillar al instrumento.
Se llamaron Ceniza por un conocido y aunque recibieron el rechazo de algunos, pronto lograron que se encendiera la mecha en clubs de toda Galicia para traspasar Pedrafita y tocar por todo el país. Un toma y daca que se salía de lo común, asegura Manuel, impulsados por ese gusanillo que aún ahora les hace coger el camión y volver cuando solo están levantadas las gaviotas.
La orquesta Ceniza cumple 45 años. Desde 1972 no han dejado de agarrar los bártulos, de pulir los temas en su barrio de Monte Alto y de ponerlos a rodar, movidos por el mismo instinto que les llevó a cruzar los Pirineos en los años 70 e interpretar cumbias para los suizos. Avivar la llama que decían no tener y regresar a otro público, el suyo, más animado, según recuerda Amado.
De aquellos sábados en la sala ferrolana Anduriña, donde nacieron de forma oficial, a los de la Lord Byron de la plaza de Azcárraga queda el recuerdo y la satisfacción de ser residentes de la que era la mejor discoteca de A Coruña.
Allí sacaron a desfilar éxitos como el “Black is black” de Los Bravos, junto a perlas de Los Brincos o Los Diablos, “metíamos por el medio alguna cosita distinta”, bailables que en la actualidad cruzan al otro lado del charco y dicen “despacito, quiero desnudarte a besos despacito”: “Es una de la que más demandan junto a ‘Me emborracharé’”, afirman.
Y es que Ceniza no puede hacer oídos sordos a las peticiones de sus fans. Cuenta Manuel que lo que incubaron Francis, Guillermo, Dani, Javier, Salva y Manuel es, en la actualidad, una fórmula completamente evolucionada. Ni mejor ni peor. Distinta.
Infraestructura
De un simple palco pasaron a una infraestructura de robótica y pantallas que prima tanto o más que el repertorio: “Antes, nuestro equipo tenía 50 watios de potencia y hoy es de 80.000”. Manuel dirige a los diez que salen al escenario. Está a solo un mes de cumplir los 65 y jubilarse tal y como marca el régimen de artistas. Hace ocho que aparcó su saxo y guitarra, pero no duda en ocupar plaza en el tráiler para ir hasta La Luna, en Pontevedra, o a la cena baile que marque el calendario. Asegura que aunque lo urbano triunfa, el merengue tiene flow entre el público.
Lo saca Yuni, que es cubano y los demás le arropan en una puesta en escena que se completa con Alfredo, a los teclados; Alvarado, al bajo; Herminio Varela, a la batería; José, a la flauta; Marcos, a la guitarra; Linas, al tambor; y Carlos, a la trompeta. Fani y Marián son las cantantes del grupo.
En 45 años se acumulan muchas anécdotas como la que les llevó al centro de Londres a comparecer todos los días con puntualidad británica en una discoteca: “Suiza la hemos recorrido toda” durante uno o dos meses en 15 años.
Los teatros de Lausanne y Zurich fueron testigos de un ir y venir que no cesó hasta los 90. Le cantaron a la morriña en directo y en televisión. Para regresar a casa y hacer que los veranos fueran más veranos con orquesta y una brasa que no se apaga. En unos meses, lanzarán un disco con los hits del momento porque no hay mejor forma de celebrar un cumpleaños que a golpe de “un, dos, tres, chachachá”. l