Antón Borrallo siempre quiso destacar en algo. Por eso, cuando tenía solo 15 años trataba de afilar los rasgos de Marlon Brando en los carteles de las películas que proyectaban el Colón, el Avenida o el Saboya. Decía que por entonces ponerle cara a un estreno era complicado.
No había pistolas de aire y utilizaba el bombín de una bicicleta. Cuando terminaba pasaba que a veces Brando tenía un aire a Paul Newman. Él se contentaba con entrar gratis a la sala hasta que se hizo pintor, pero de brocha gorda. Estuvo en Francia y se inició en las artes marciales.
Ahora que ya no practica judo, el coruñés acaba de publicar “Corazón de paloma”, un libro que sitúa en Galicia después de la Guerra Civil. Sin embargo, el autor aparca las ideologías para hacer su particular retrato y se inventa una aldea, Matamara, y un personaje principal de nombre Hipólito: “El nombre del pueblo es una metáfora de la misma historia”, en la que una familia gallega se enfrenta al hambre y a las condiciones de una época donde “la gente se moría por falta de cuidados médicos”.
El libro lo tenía escrito desde hacía tiempo. Con la imaginación como ingrediente principal, Borrallo plasmó las dificultades de un momento en el que imperaba “la subyugación a la Iglesia, la sempiterna presencia de la Guardia Civil o el maestro que pegaba a los muchachos con su vara de castaño”. Y aunque en principio su retrato iba a tener 500 páginas, Antón lo simplificó para que el cuento fuera ágil y dinámico: “Intenté limar las palabras para que ganase fluidez”. El resultado es el esfuerzo de un pintor y deportista que de vez en cuando cogía el bolígrafo y guardaba apuntes en un cajón.
Hoy se decide a compartirlos porque “quería contar cómo era la vida en esos años de pobreza económica e intelectual”. De los largos inviernos y las enfermedades que no se curaban con ibuprofeno. Para ello, traza un plan de supervivencia y coloca en escena a un cura. Y todo cambia.