Cristina Sánchez proyecta una de sus doce miradas sobre la fotógrafa alemana Mona Kuhn, que hace todavía más bello el desnudo femenino, quizá porque trabaja con la misma honestidad con la que trata de fabricar la coruñesa cada joya.
En el pequeño reducto donde encierra sus intenciones en la galería Vilaseco no entra la palabra “ostentosidad”. Sí la “sencillez” y la “alegría por dentro”, que fue la sensación que tuvo cuando pasó por delante del quiosco del Cantón Pequeño y vio cómo la modelo Daria Werbowy portaba unos collares suyos en la portada de “Vogue” en 2013.
En la charla que dará hoy a las 20.30 horas en la sala de Padre Feijóo, la joven hablará de todo esto. De cómo se dio cuenta de que la arquitectura era más inestable de lo que pensó y que su verdadera vocación se escapaba de los grandes volúmenes para irse a lo pequeño, que es capaz de encerrar grandes cosas a la vez
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La última de las fotos que elige para ilustrar su trayectoria es el despacho donde sus clientes se sientan a ver y probar. Lo hacen delante de una mesa pensada por ella. Esta representa el futuro. Lo que está por venir y que tocará otros vértices del diseño o eso al menos es lo que se plantea. Los ojos de Cristina brillan más aún cuando habla de irse del guión para darle forma a una de sus criaturas de oro o de plata y educar al ojo, que aprecia lo que hay detrás: “Me peleo con las piezas por conseguir grosores milimétricos”.
Y lo que empezó como un hobby es hoy Sansoeurs: “Pensé que era el momento de creer en el proyecto, antes de que las ideas o la energía o la actitud desaparezcan”. Cristina no define al tipo de mujer para la que diseña como fuerte y segura de si misma: “porque habrá de todo, pero está claro que valora la belleza y lo que le quiero contar con mis joyas”.
Técnica
A la hora de crear, la técnica y los materiales llevan a la creadora por un sitio o por el otro. Por eso si su inspiración se ahoga, consulta el libro del japonés Junya Ishigami, “Small images”, que hoy cuelga en Vilaseco: “Es como volver a la base de mis ideas”. Una vez que lo tiene definido, continúa.
Pone su cabeza a funcionar cuando va en avión y se empapa de lo que ve de viaje. De aquí, las joyas llevan impregnadas las manos de quienes les dan vida y “no sé si porque hay muchas empresas de moda, pero tenemos muy buen público”. Que le empuja a tener cosas nuevas constantemente.
Si algo tiene seguro es que nunca va a mentirle al cliente. Sabe que las joyas son prescindibles y un adorno, pero también que “tienen muchos más valores que lo material porque podría estar haciendo sillas o lámparas y aunque las joyas tampoco me gustaron nunca en exceso, me enganchan”. Tocan muchos palos a la vez y en este sentido, su discurso rima con la poesía que sale del taller.
No se olvida ni un segundo de la regla con la que mide su imaginación, también está expuesta en Vilaseco, ni de los dedos con tiritas de los cortes que se hizo con el cutter cuando empezó a maquinar joyas. La regla es el rigor y a pesar de que su trayectoria no es muy larga, se le ve firme en sus movimientos.
Le encanta la inmediatez de lo que produce. Nada que ver con lo que mamó en los estudios de arquitectura. La libertad con la que hace y deshace es lo que le pinta una sonrisa todos los días en su cara. Con ella, atiende a las mujeres que se fijan en sus criaturas. Delicadas. Distintas. Con el 981 delante y el don de tener asiento en cualquier contexto.