Los malos tiempos para la lírica no son una novedad. Ya lo cantaba Golpes Bajos allá por los 90, pero parece que en lugar de mejorar, cada vez vamos a peor. El último protagonista es otro que también cantaba en los 90 y que sigue pisando escenarios de vez en cuando. La musicóloga y consultora en temas de género Laura Viñuela da charlas en los institutos asturianos para tratar de desmontar el amor romántico y pone, entre otros ejemplos de machismo, las letras de Joaquín Sabina. Pero no solo las suyas, sino también otras como el famosísimo “Every breath you take”, de The Police, o “La mataré”, de Loquillo. La cosa es que, según esta experta, no solo deberíamos llevarnos las manos a la cabeza por letras tan cantosas –valga la redundancia– como las de más de un reggaeton, sino que el machismo está, como dirían Sting y sus colegas, en cada paso que demos o cada vez que respiremos.
Pero no solo las obras musicales son machistas, sino que también genera problemas “Cumbres borrascosas”, de Emily Bronte, por la misma razón. Seguramente, “Lolita”, de Nabokov, un ejercicio estilístico que podría calificarse de pederasta, debería seguir el mismo camino. Y en muchos colegios de Estados Unidos ya se han cargado del programa obras cumbre de su literatura como “Huckleberry Finn” o “Matar a un ruiseñor”, porque contienen esa palabra tabú que antes se utilizaba para referirse despectivamente a los afroamericanos.
Al margen de que sean machistas, racistas o por cualquier otra razón políticamente incorrecta, el debate se ha enquistado perdiendo de vista un pequeño detalle: las ideas, la parte creativa o artística, es una cosa y el mundo real o académico es otra. Lo mismo sucede con el cartel de Carnaval de A Coruña, en el que se representa no al papa, sino a una persona disfrazada de papa, lo que cambia bastante el debate.
La poesía, el teatro, la literatura o la música no hablan de la realidad, sino de otra cosa: son fantasías y, como tales, no entran dentro de los cánones de moralidad que sí se pueden exigir, por ejemplo, a un libro de texto, un discurso político o cualquier otra faceta de la, muchas veces, triste vida cotidiana.
Aun teniendo en cuenta que esas creaciones sean lo más machista del planeta, el artista tiene todo el derecho a plasmarlas, como expresión artística que son. Nuestro es el trabajo de contextualizar y dar herramientas a los jóvenes para que puedan asumir qué significan y entiendan que cuando Loquillo canta “solo quiero matarla” no se trata de que vaya a coger un cuchillo e ir a su casa para quitarle la vida, sino que es una licencia poética. Por la misma razón que no habría que prohibir “Superman” por mucho que en los años 80, cuando se estrenó una de las versiones más famosas –aquella de Cristopher Reeve y su famoso rizo a lo Estrellita Castro–, algunos niños creyeran que podían volar y se muriesen tras tirarse por el hueco de la escalera. O alguna incauta, algo más talludita, se convenza después de ver “Pretty woman” de que puede encontrar a la vuelta de la esquina a un millonario parecido a Richard Gere que la venga a buscar en una limusina blanca para retirarla de hacer la calle.