Luis Celeiro, periodista compañero de tertulias y amigo, contaba hace unos días el drama de Antón da casa de Abaixo “abatido pola soidade diaria de noite e de día” en una aldea de su Samos natal, y el drama de miles de personas que procedentes de entornos urbanos están, en palabras de Celeiro, “calados e resignados” en las residencias de mayores. En estos centros la soledad está impregnada de una tristeza que reflejan los ojos de los residentes y ambas, soledad y tristeza, les arrebatan la alegría de vivir y, en muchos casos, precipitan su final.
Antón da casa de Abaixo y los mayores de las residencias encabezan el pelotón de las personas que están solas hoy y son la avanzadilla de las más de 350.000 que, según la proyección de población del INE, no tendrán compañía alguna en tan solo quince años en esta Galicia que envejece.
Decía Gabriel García Márquez que “el secreto de la buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad” y en Galicia ese pacto necesita que los gobiernos –Xunta y concellos– planifiquen ya los servicios necesarios para atender y ayudar a esos cientos de miles de compatriotas para que la soledad sea más llevadera en el último tramo de su existencia.
Ahora mismo, la atención a los mayores es la asignatura pendiente de todas las administraciones. Pero mientras se produce este abandono público, la iniciativa privada aporta experiencias interesantes impulsadas por personas que no quieren languidecer pasivamente en una convencional y fría residencia de mayores, sino que buscan que sus últimos años estén llenos de vida.
Una de esas iniciativas son los complejos residenciales, algo parecido a “comunas compartidas” por amigos y conocidos con apartamentos individuales para vivir la vejez en pareja y espacios y servicios comunes para convivir con otras personas de similar edad y situación en un ambiente de amistad que facilite el envejecimiento activo y saludable. Un entorno acogedor como este mitiga la soledad y convierte esa etapa de la vida, en palabras de André Maurois, en el arte de envejecer, que es el arte de conservar alguna esperanza.
Claro que acceder a estas “comunas” requiere unos recursos económicos de los que no disponen los mayores de hoy ni la mayoría de los 350.000 gallegos que, dice el INE, serán viejos en los próximos tres lustros. Tendrán que sobrellevar la vejez como Antón da casa de abaixo, con la soledad radical como compañera. Porca miseria.