Hoy hace 45 días que se produjo el terrible accidente ferroviario de Santiago. Atrás quedan 79 muertos y numerosos heridos que siguen padeciendo grandes secuelas de aquella fatídica noche del 24 de julio. Atrás quedan las imágenes espantosas del descarrilamiento que las televisiones nos mostraron hasta la saciedad. Atrás quedan los ejemplos de humanidad y valor exhibido por los vecinos de Angrois, un pueblo que demostró solidaridad con letras mayúsculas sin olvidar el esfuerzo sin límites de los servicios de emergencia y seguridad del Estado.
Atrás quedan esas imágenes horrorosas de personas heridas andando sin control por las vías, cuerpos destrozados por el impacto de la terrible salida del tren en la maldita curva de Angrois a escasos tres kilómetros de Santiago. Y esa imagen del maquinista José Garzón solo, sentado, aturdido, con la mirada perdida y no dando crédito a lo que acababa de suceder en aquellos minutos malditos antes de las nueve de la noche. Un disparate increíble que se pudo evitar. Sí, se pudo evitar. Y esto sí que es grave. Ahora resulta que en ese tramo de vía han colocado balizas para evitar accidentes ferroviarios como el del 24 de julio. Esto es España. En este país se arreglan así las cosas. Han tenido que morir 79 personas para que unos iluminados cayesen de la burra y se diesen cuenta de que esa curva era una trampa mortal. O mejor dicho “una curva inhumana” tal como reflejó el maquinista en su última declaración reconociendo su despiste en esa zona tras hablar por teléfono con el interventor. No acabo de entenderlo. Esto me supera. Y más aún cuando una semana antes, quien esto les cuenta, también viajaba en ese convoy desde Madrid a La Coruña por esa misma línea con mi mujer y mi nieto de 10 años. Han jugado con nuestras vidas.
Galicia no se ha recuperado de esta tragedia tan atroz. Y qué decir de los que han tenido la fortuna de salir con vida de semejante barbarie. Esa otra cara la tenemos en Barallobre, donde Lidia lucha por salir delante. Viajaba de Madrid a Ferrol con la idea de disfrutar de las fiestas de su pueblo. Su optimismo y juventud son su mejor aliado ante la adversidad. Y curioso. Los niños de Angrois. Muchos quieren ser médicos, enfermeros, periodistas, guardias jurados, bomberos, maquinistas, policías y, cómo son las cosas, ninguno quiere ser político. Y otros que no quieren ser nada. Lo que quieren es olvidar.