Los aficionados a los que hay que acudir cuando se produce una emergencia

Los aficionados a los que hay que acudir cuando se produce una emergencia
Óscar Rey, junto a su equipo de radioaficionado | Pedro Puig

En la era de internet, en la que incluso el teléfono es más una terminal de ordenador que otra cosa, resulta impensable estar desconectado. La mera idea de que las comunicaciones, fallen, produce vértigo. Pero de producirse esta caída, siempre se podrá recurrir a la Red Nacional de Radio de Emergencias (Remer), formada por radioaficionados: son 113 repartidos por toda la provincia de A Coruña. 

 

Su deber consiste en estar a la escucha, manteniendo el silencio de radio cuando se necesite, y cuando hay una emergencia les activan desde la Subdelegación del Gobierno. En los últimos treinta años, les han activado de forma muy excepcional, como fue el caso del Mar Egeo. También entraron en prealerta cuando se declaró la pandemia. 
El objetivo, como explica el coordinador provincial, Jesús Varela, es mantener una red de comunicación en frecuencias reservadas en el caso de que fallen otras. Todos sus miembros tienen que ser radioaficionados. “Antes había muchos más, pero los que son radioaficionados de verdad aún mantienen sus estructuras, sus equipos, sus antenas en los tejados, en los coches...”, dice.


Como ocurre a menudo con la gente a la que le une un interés común, los radioaficionados se mantienen unidos y hablan a menudo. “Cada trimestre, hacemos un ejercicio para comprobar que los repetidores funcionan. Vamos a hablando con todos”, explica el coordinador. Existen algunas reglas: no se puede emitir música grabada, y también está prohibido hablar de política, pero no solo charlan sobre la radio, sino sobre cotilleos del corazón y otros temas de actualidad. “Es como una charla de bar, entre colegas”, aclara Varela. A partir de las ocho, en VHF, 145.325. Los radioaficionados viven su hobby. “Ves a alguien con un walkie-talkie y piensas que es un policía pero no”, explica Varela. A primera vista, no tiene sentido, una instalación básica cuesta mil euros y un teléfono móvil, 150 euros. 


Sin embargo, a quien le gusta de verdad las telecomunicaciones, acude a la radio. “Es más, no se utiliza sistema de internet con la radio, nos va lo analógico”, aclara el coordinador. Se acaba invirtiendo en esto de la radio mucho más de lo que uno esperaba. “En el momento en el que lo ves montado te dices: `Me gustaría tener este equipito que suena mejor,  o este altavoz que tiene mejor oído”, dice Varela. “Somos muy sibaritas, siempre queremos tener lo mejor, poder llegar a los sitios con calidad, tener buena microfonía, llegar con señales intensas a los otros corresponsales”, reconoce otro aficionado, Óscar Rey. Para mejora y, por supuesto, para presumir un poco. Lo malo es que ahora cuesta encontrar un relevo generacional. “La gente está un poco apagada, con la llegada de internet y aplicaciones de teléfono móvil han quitado mucha variedad a los que están en la radio”, explica Rey. 


A cualquier sitio 


El reto consiste en poder llegar a cualquier sitio con lo analógico, sin depender de nadie. “Un equipo de radio enchufado a una fuente de alimentación a 220 y una antena arriba en el tejado y con eso sales al aire. Los repetidores te permiten llegar más lejos”, comenta Varela. Se puede llegar a Madrid, a Valencia, a Estados Unidos...


El año pasado ha visto la desaparición de las cabinas de teléfonos, pero los radioaficionados confían en que nunca se apagarán las radios: “Siempre va a haber alguien que quede ahí. Es más vulnerable un equipo digital que uno analógico”, advierten. 

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