Para el coruñés que camina a diario por la ciudad en su ajetreado día a día, le sorprendería saber que entre tantas farolas y semáforos de metal también hay espacio para los cruceiros. Aunque parezcan casi incongruentes en un entorno urbano, por lo menos fuera del casco histórico, lo cierto es que A Coruña pueden enorgullecerse de disponer de una gran cantidad de estos símbolos que los expertos advierten que están amenazados por la contaminación y por la meteorología. En 1999, el experto Luis Marín Ruiz catalogó 22, aunque contando con toda las parroquias aledañas se llega hasta las 45. Cuanto más antiguos, más deteriorados, naturalmente, porque siglos a la intemperie no les ha sentado bien, y algunos necesitan un tratamiento de urgencia. El ejemplo que salta más a la vista es el que se encuentra frente a la Colegiata de Santa María del Campo.
“Está muy dañado por la erosión y el salitre”, denuncia Felipe Senén, museólogo, que considera que es urgente retirarlo y poner en su lugar una réplica, antes de que se pierda para siempre. “Se está deshaciendo”, advierte Senén. Se trata de una cruz gótica, que está sufriendo un proceso de ‘meteorización’. Es decir, que la lluvia se está comiendo el granito, de manera que el cristo está desfigurado, aunque siga levantándose sobre lo que es el varal más alto de Galicia, hecho para que todo el mundo pudiera contemplarlo desde la calle Damas, salvando el desnivel existente. Además, es octogonal, lo que no es habitual en los cruceiros coruñeses, que suelen ser más sencillos, de estilo cuadrado. Debería estar en el Museo de Arte Sacro de la Colegiata, en opinión del experto.
El Ayuntamiento anunció el final de las labores de restauración del que se encuentra en Labañoui
Este recuerda que los cruceiros de más de cien años son, por una ley de 1963, Bien de Interés Cultural (BIC) y deben estar protegidos por la administración pública, ya sea por el Estado, el Gobierno autonómico o el Ayuntamiento. Hay que decir que este último ha acometido varias restauraciones. Precisamente esta semana dio por finalizada la restauración del cruceiro de Labañou, situado en la calle Pino, de varios siglos de antigüedad. Para el ojo inexperto, es una cruz de piedra más. Para el conocedor de la simbología religiosa (como el profesor Robert Langdon en ‘El Código da Vinci’) es un reflejo de su época, y sus iconos trentinos corresponde al imaginario religioso del periodo entre el siglo XVII y el XIX.
El Ayuntamiento invirtió 14.000 euros en restaurarlo, recuperar todos los elementos que le faltaban y eliminar los hongos y líquenes de la piedra. Anteriormente ya había restaurado el de San Vicente de Elviña, reparando el parte los daños provocados por una restauración chapuchera de hace más de 32 años. De hecho, la calificación que merece en el catálogo de la Diputación es “regular”. Todas estas reparaciones exigen la supervisión de Patrimonio.
A nadie le extraña que la mayor parte de los cruceros más importantes se encuentren en la Ciudad Vieja, junto a los templos que la convierten en un conjunto histórico tan importante. la de San Nicolás, la de Santiago, o la de la plaza de las Bárbaras. “Ese es muy sencillo –apunta Senén– y muy coruñés”. Eso quiere decir que no es octogonal. La cruz en sí desapareció, “en los años 50 o 60” y fue sustituida por otra. “Hay una leyenda que cuenta que se la llevaron al pazo de Meirás, pero eso nunca se ha comprobado”, comenta el museólogo.
No todos los cruceiros están situados al pie de calle. Por ejemplo, en la muralla de la ciudad, en una de las antiguas puertas que se conservan, se levanta también uno. “Es prácticamente un vía crucis”, señala. Y muy cerca de allí, también se puede descubrir otro muy particular, con forma de ancla, al pie del muro del jardín de San Carlos.
El más aparatoso es, sin duda, el ‘crucero bonito’ situado fuera de la Ciudad Vieja, frente al templo de San Jorge. El Cristo está enmarcado por las imágenes de San Roque, Santa Lucía, Santa Margarita y San Nicolás y con bajorrelieves y escenas de la vida y pasión de Cristo. Según Senén, es una copia del de San Tirso de Mabegondo, Siguiendo por este camino se llega a San Andrés, donde la iglesia de la Orden Tercera tiene también un cruceiro, este octogonal y que en el catálogo de la Diputación señala como “moi erosionado”. Igualmente ocurre con el cruceiro de San Cristóbal das Viñas, en un rincón alejado del centro de la ciudad, pero que ahora ha dejado de ser tranquilo por las obras de la urbanización de San Pedro de Visma, y existe otro, situado en una propiedad particular, también en mal estado.. Estos cuatro cruceiros: Colegiata, San Andrés y San Cristóbal, son, por tanto, los peor conservados. La principal amenaza es la meteorología, así como los líquenes, pero en el catálogo de la Diputación figuran muchos en buen estado (por lo menos en 1999).
Pero no todos los cruceiros tienen cien años, y lo cierto es que en las últimas décadas se han sumado más y más. Y no todos han crecido a la sombra de las iglesias. “Es curioso, pero en los colegios hay varios”; comenta Senén. En efecto, los centros de formación religiosos abundan en la ciudad, instituciones con mucho prestigio educativo, que en sus instalaciones cuentan con estas señales de devoción. Peñarredonda o San José de Calasanz son ejemplos claros, aunque también hay que añadir el del Colegio Hijos de Jesús,
A medida que abandona uno la ciudad, resulta más difícil encontrarlos, pero están allí: Por ejemplo, en Vío, o incluso en el Polígono de Pocomaco. A veces es difícil ubicarlos, porque la periferia ha cambiado mucho y parecen fuera de contexto entre edificios modernos. Protegidos por su condición patrimonial, sino religiosa, las figuras de las cruces contemplan impasibles como la ciudad ha cambiado, al mismo tiempo que la mantienen anclada al a tierra. “Son la unión entre el cielo y la tierra, herederas de una tradición céltica que se remonta a los menhires”, explica Senén con entusiasmo.
En realidad, muchas son de factura moderna, y fueron construidos por canteros empleando la misma piedra granítica que tan abunda en A Coruña. El más conocido es posiblemente Carlos Figueiras, que levanto la cruz que puede hallarse en el cementerio de Feáns. Senén explica que el alcalde Liaño Flores fue el responsable de la erección de varios cruceiros “como elemento simbólico”. Quizá pensó que una ciudad sin cruceiros no era lo suficientemente gallega.
El de la Colegiata es el que se halla peor y se propone que se retire para sustituirlo por una reproducción
Incluso los más descreídos reconocen como símbolo de la cultura popular, así que en los años de la Transición, y en los anteriores, se levantaron más. En la zona de Elviña hay más de diez, algunos en propiedades privadas, como uno que existe en la carretera de A Zapateira, cubierto de musgo. La mayor parte de ellos son muy simples, como es habitual en el etilo moderno, sin las volutas y adornos que caracterizan a sus predecesores. A menudo, el cristo está solo, sin la compañía de su madre.
Además del tiempo, los cruceiros tienen que afrontar el vandalismo, como el de San Nicolás, que ha tenido que soportar las pintadas varias veces, pagando así por el pecado de encontrarse en una zona céntrica, como si no fuera suficiente sus manchas de musgo. “Son cruceiros que están sufriendo mucho en los últimos años”, se lamenta Senén.
Como siempre, cuidar el patrimonio es un deber de todos, aunque principalmente de las instituciones. Reparar uno de estos símbolos de la historia y de Galicia puede costar miles de euros, dependiendo de su estado, pero esa es una cruz con la que hay que cargar.