La alcaldesa, Inés Rey, visitó O Martinete esta semana con motivo del comienzo de las obras de demolición del esqueleto de ladrillo que allí se encuentra, y que había causado muchos quebraderos de cabeza a los vecinos. Se trata de uno de los pocos restos del estallido de la crisis inmobiliaria que quedaban en pie y uno de los pocos que fueron demolidos. En la mayoría se ha reactivado su construcción, después de que sus propietarios solicitaran una nueva licencia.
Una excepción la constituye el que se encuentra en Padre Feijoo, en el número 22, cuya obra lleva paralizada desde 2011 porque incumplía los parámetros del PGOM, que establecen una ocupación del 70% por planta, cuando esta obra tenía un 100%. El TSXG dictaminó su demolición este agosto, pero el proceso legal continúa. Otros como el que se encuentra en Fontenova (en la avenida de Finisterre), también vieron cómo se reanudaba la actividad este año, con la llegada de los operarios enviados por la Sareb (el conocido como ‘banco malo’), que decidieron rematar la construcción de uno de los dos bloques, casi terminado, y vender el otro esqueleto.
Este mismo verano, en julio, se aprobó la legalización del último esqueleto del barrio de Los Rosales, en la calle Emilio González López, una edificación que llevaba paralizada más de una década y que supone la construcción de 64 nuevos pisos.
Por todas partes, las obras que llevaban tanto tiempo detenidas en el tiempo se han concluido o están a punto de hacerlo, como en Agra do Orzán o en Palavea. Es el punto y final de una época que ha tardado más de quince años en cerrarse definitivamente.