David García Cueto, jefe del departamento de Pintura Italiana y Francesa hasta 1800 en el Museo del Prado, imparte este jueves (19.30 horas) en la Fundación Barrié la charla ‘El deseo en la pintura del siglo XVII, entre la fascinación y la censura’. En ella abordará cómo, tras el Renacimiento, la “relativa libertad” de los artistas para exhibir desnudos y escenas sensuales o eróticas se vio coartada por el Concilio de Trento, que decretó la prohibición de cualquier desnudez no justificada por la interpretación exacta de los textos sagrados.
La conferencia tomará como punto de partida este hecho histórico, “que no solo redefine cuestiones básicas de la vida de la gente de la época, sino también la forma de gestarse el arte”, señala el ponente. “No obstante, los artistas se las van a ingeniar para saltarse aunque sea parcialmente esa prohibición. No solo eso, sino que muchos van a tener el apoyo de gente poderosa, aristócratas, reyes o incluso gente del alto clero, lo que puede resultar contradictorio”, continúa.
Rubens, Velázquez o Rembrandt fueron algunos de los “intrépidos” que desafiaron a la autoridad para transmitir el deseo erótico y sensual en sus pinturas. “Un ejemplo es el de la Venus de Velázquez que está en la National Gallery de Londres, es el único desnudo integral con carácter mitológico que tenemos en la pintura española del siglo XVII. Resulta bastante única y en la actualidad sabemos que eso se hizo para unos nobles, los marqueses del Carpio, que la encargan para el disfrute de ellos en su propio palacio”, relata García Cueto.
Tanto la Europa católica como la protestante ofrecieron fórmulas renovadas en el siglo XVII para la expresión artística del deseo y en el lado protestante otro caso paradigmático fue el de Rembrandt, apunta Cueto, que “sorteó muchos de los prejuicios de su sociedad y creó obras muy audaces trabajando principalmente con el cuerpo de la mujer aislado, consiguiendo efectos erotizantes impactantes”.
¿Qué podía ocurrirles a los pintores que se saltaban las normas del Concilio de Trento? David García Cueto explica que intervenían las autoridades y, habitualmente, la Inquisición, no solo en España sino en otros territorios europeos y en toda América Latina. “Cuando se detectaba una obra ilegal se investigaba al pintor y al propietario de la pintura. Podía haber penas para ambos y, a menudo, se decretaba la destrucción de la pieza”, concluye.