Es uno de los edificios más representativos de A Coruña, y cincuenta años más tarde desde su fundación (1975), sigue dominando el skyline. Todo el mundo sabe que la Torre Hercón es el edificio más alto de Galicia, pero sobre él existen toda clase de curiosidades que no son del dominio público, aunque acompañarán para siempre la historia y la leyenda de este edificio singular, que es la otra Torre de Hércules, la de Gaio Sevio Lupo.
Aún hoy en día, su arquitecto, Antonio Franco Taboada, contempla orgulloso la estructura de 119 metros de altura. La diseñó cuando era un joven principiante de veintitantos años. “Entré por la puerta grande”, reconoce. A la vista de toda la ciudad, se ocultan muchos detalles curiosos.
Son pocos los que conocen el origen del nombre de la Torre Hercón. Según explica Franco Taboada, el constructor, Rogelio García Corral, estaba muy orgulloso de la construcción de aquella torre, y decidió inmortalizar su hazaña colocando un letrero con el nombre derivado del de su empresa “Herculina de Construcciones”. De ahí Torre Hercón. El letrero desapareció años después, pero el nombre se perpetuó en el tiempo. “A mí me hubiera gustado más Torre Costa Rica”, admite.
Parece lógico que al edificio más alto de Galicia le corresponda también el ascensor más rápido de la comunidad. Y así es: uno de los elevadores de la Torre Hercón sube a una velocidad de 2,5 metros por segundo. Algunos que se han subido en él aseguran que se les taponan los oídos por la velocidad del ascenso. Franco señala que fue una adición posterior. “Al principio no había dinero. Eso pasa a menudo con los proyectos”, reconoce.
Una de las ventajas del edificio es que tiene triple orientación. “Normalmente, un edificio tiene las ventanas de la fachada y del patio interior, pero en este caso todas las viviendas dan al este y al oeste y al sur o al norte, según el caso. El resultado es que en cualquiera se puede contemplar el amanecer y el ocaso. Esto hace que sean muy luminosas.
Cuando uno vive en el piso noventa, es posible que asomarse al vacío le provoque algo de vértigo. Por eso a Franco se le ocurrió que las ventanas no debían estar alineadas con la fachada, creando un alféizar o antepecho que genere una barrera. “Así aminora la sensación de vértigo, además de proteger a las ventanas del viento”, explica el arquitecto.
Durante el proyecto, Franco Taboada tuvo que convencer a sus clientes de que aceptaran su visión. Una era cambiar el bloque de viviendas que debía cerrar la manzana por una novedosa torre. La otra que dicha torre debía incluir un garaje con 96 plazas. “No quería hacerlo, por el sobrecoste, pero les convencí”, recuerda.
El arquitecto también tuvo que renunciar a algunas ideas. Por ejemplo, que en lo alto existiera un restaurante donde la gente pudiera cenar contemplando la vista de la ciudad a sus pies. O el solarium más alto de la ciudad, en la terraza, lo más cerca posible del sol. “Lo cerraron a los pocos años”, se lamenta.
Uno de los aspectos más innovadores del diseño es que los pisos estaban agrupados de tres en tres, dejando un espacio entre grupos que es visible para cualquiera que observe la fachada. El objetivo era aligerar la estructura y hacerla más flexible, aunque no es cierto que se incline con el viento. “En un rascacielos de acero es posible, pero no en uno de hormigón armado”, dice.
En la mesa de dibujo de Franco Taboada no figuraba ninguna verja que cerrera el acceso. Todo estaba pensado para que la parte inferior de la Torre Costa Rica pudiera ser accesible al público, que disfrutaría del jardín y el patio. “Odio esa verja”, confiesa. Pese a todo, durante varios años existió un local en los bajos de la torre, el ‘Pato cojo’ que Franco frecuentaba, sin que nunca nadie supiera que era él quien proyectó aquel local y todo el edificio en el que se encontraba.
Hay algunos rasgos del edificio que tampoco se mantienen originales, como las bajantes. “Hace veinte o treinta años, tuvieron problemas y en vez de repararlas pusieron unas nuevas por fuera, y además, sin tener ni idea, haciendo un quiebro por cada tres plantas, por el principio de Bernoulli”, se queja.
Aunque los rascacielos se asocien al lujo, lo cierto es que la Torre Hercón era el proyecto de una cooperativa y tenía protección oficial. “Había gente de todas clases allí: franquistas, comunistas. No se hacía con ánimo de lucro, y por eso el promotor quería ahorrar y no hacer la torre, y yo le decía que era mejor así”, recuerda Franco Taboada.
Pero se salió con la suya y construyó un edificio que sigue siendo novedoso. “Yo creo que sí, que sigue siendo moderno”, apunta. Hay algunos otros edificios de viviendas que llevan su nombre, incluso la pequeña torre que se encuentra en la esquina de la venida de Arteixo con la ronda de Nelle, pero la Torre Hercón siempre será especial. En ella derrochó inventiva cuando solo era un joven arquitecto con todo por probar, aunque no derrochó dinero. “No hay arquitecto que no arruine a su cliente, si le dejan”, se ríe.