Han sido apenas cuatro días. Parecen pocos, pero en Turquía desde que la tierra tembló cualquier ayuda es una tabla de náufrago. Así lo han entendido los propios otomanos, que se han desecho en elogios, agradecimientos y efusivas y sentidas muestras de cariño con los cuatro bomberos, cuatro guías caninos -uno de ellos, también bombero- y los dos perros que formaron la expedición ferrolana. Nada más llegar fueron destinados a las ruinas de una urbanización en la que se calculaban 220 fallecidos. Vuelven con imágenes tatuadas en la retina que olvidarán. Por eso tienen nuestra admiración.