El carismático entrenador germano del Liverpool, Jürgen Klopp, acostumbra a ganarse el cariño del público, no solo de su equipo, con pequeños gestos con los aficionados o con su sentido del humor en las comparecencias de prensa. Pero su último gesto, hay que reconocerlo, nos ha hecho un poco más fans de su persona. Quizá recuerden ustedes al mítico entrenador sueco Sven-Göran Eriksson, el que, entre otras muchas cosas, ganó el último Scudetto de la Lazio, el mismo año que el Depor ganaba su única liga, o que comandó a la selección nacional inglesa desde el Mundial 2002. Hace unas semanas, el preparador sueco reconocía públicamente que había sufrido un derrame cerebral y le habían diagnosticado un cáncer. “En el mejor de los casos”, aseguraba, le quedaría un año de vida, en la cual no habría logrado uno de sus sueños: dirigir al Liverpool. Al igual que el resto del mundo del fútbol, Klopp también escuchó esto y no dudó en ofrecerse: el preparador alemán invitó al sueco a ponerse al frente de los ‘reds’ durante un día.