Los hechos tuvieron lugar el pasado fin de semana en la calle Fernando III El Santo. Eran las 2.30 horas de la madrugada y, aunque no dormían, los estudiantes de este piso del Ensanche compostelano se encontraban en sus camas. La velada se deparaba tranquila, como cualquier otra. Todo seguía el curso de la normalidad hasta que, de forma inesperada, la melodía del telefonillo comenzó a repicar. Teniendo en cuenta la hora a la que estaban, nadie atendió la llamada. "Quen é?", preguntó al poco tiempo uno de ellos por el grupo de WhatsApp que comparten. Ninguno esperaba visita esa noche.
Hasta el momento, no había sucedido nada, pero el nerviosismo de los compañeros aumentó de golpe cuando escucharon movimientos dentro del edificio. Primero, el ascensor parando en la cuarta planta y, a partir de ahí, pasos por las escaleras hasta el sexto piso, donde se encontraban. En este punto, se dejó de oír el caminar de la persona.
De pronto, el silencio se convierte en el ruido de dos manos intentando forzar una cerradura. "Se é unha broma, que pare xa", mensajeó Rubén, uno de los convivientes, por el grupo. Tras eso, el joven, que ocupaba la habitación más cercana a la entrada, pensó: "cando abra, a seguinte porta é a miña, e eu son o único sen cerradura no seu cuarto".
El estudiante de psicología entendió que no tenía más alternativas, así que decidió salir de su estancia. Fuera, se encontró con uno de sus compañeros que, viendo que tenía intención plantar cara al asaltante, le dijo: "ni se te ocurra".
Por la mirilla no se veía nada. La luz, activada por sensor, se apaga automáticamente cuando no detecta movimiento en el pasillo y, como el allanador ya llevaba un par de minutos quieto frente a la puerta, no se volvió a activar. Sin ver su cara, ni siquiera si se trataba de un hombre o una mujer, lo único que los convivientes pudieron detallar fue el ruido de un utensilio metálico rozando una y otra vez, con intensidad progresiva, la cerradura de la puerta.
Con los nervios a flor de piel y sin tener muy claro qué era lo correcto en estos casos, Rubén gritó con todas sus fuerzas para hacerle saber al incursor que la vivienda sí estaba habitada. Por suerte, funcionó. "Non sabía que facer", relata el joven que consiguió ahuyentarlo.
Queda completamente descartada la posibilidad de que fuese una broma por las horas y, sobre todo, el mal gusto de la misma.
Tampoco cabe, explican las víctimas de este intento de allanamiento, la posibilidad de que fuese una persona desorientada intentando entrar a su casa. Además del sigilo y la utilización de las sombras para no ser identificado, el incursor llamó al timbre cuando el portal del edificio estaba abierto, lo que significa que no lo hizo para intentar que le dieran acceso. El fin era comprobar, a través de si contestaban o no, si había personas en la casa antes de colarse en ella. Como nadie respondió, entendió que estaba vacía e intentó entrar.
A pesar de lo improbable que pueden parecer eventos de este tipo, este universitario relata que no es la primera vez que ocurre algo semejante en ese mismo piso. En dicha ocasión, él no se encontraba en el domicilio, pero fue un suceso con el que tuvieron que lidiar sus compañeras.
"Estamos moi asustados", insiste. No se plantea tomar ninguna medida porque, afortunadamente, nunca llegaron a entrar en la vivienda. Sin embargo, siente la necesidad de denunciar la situación de inseguridad que viven. Nadie debe sentirse así en su propia casa y, aunque todo quedó en un susto, el evento pudo haber tenido un desenlace realmente trágico.
Finalmente, el joven incidió en la importancia de advertir de lo repetidos que están siendo estos intentos de allanamiento. Sobre todo, para que todos los residentes del Ensanche compostelano puedan preverlo. "Parece que nunca che vai tocar", pero estas cosas pasan y, últimamente, demasiado.