El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, capitán de la reserva del Ejército y mayor referente de la extrema derecha latinoamericana, aspira a la reelección el próximo domingo con un fusil en una mano y la Biblia en la otra.
Con la misma base que lo llevó al poder en 2018 y que incluye a militares, policías, pastores evangelistas y empresarios del campo, el "capitán del pueblo" ha adoptado para esta campaña el lema "Dios, Patria y Familia", que popularizó en la Italia de la década de 1930 el "Duce" Benito Mussolini.
Su ideario se completa con el "respeto" a las "tradiciones judeocristianas" y la búsqueda de la "plena libertad" individual, en la cual incluye, según una muy particular lectura de la Biblia, el "derecho" de los ciudadanos a la autodefensa y a poseer y portar armas, que ha impulsado mediante leyes promovidas por su Gobierno.
Es un ferviente anticomunista, que suele ver la hoz y el martillo en todo cuando se le opone, y un nostálgico confeso de la dictadura brasileña (1964-1985) y de otros regímenes militares que imperaron en varios países de Suramérica en la década de 1970.
Desde que está en el poder, esas ideas le causaron más de un problema con otros gobernantes del campo conservador.
A principios de 2019, el entonces presidente chileno Sebastián Piñera se vio obligado a aclarar que no compartía unos elogiosos comentarios que Bolsonaro había hecho sobre el dictador Augusto Pinochet.
En contrapartida, califica de "comunistas" a todos los líderes progresistas surgidos en los últimos años, desde el mexicano Andrés Manuel López Obrador hasta el argentino Alberto Fernández, pasando por el chileno Gabriel Boric y el colombiano Gustavo Petro.
A todos los usa para descalificar al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, candidato de un amplio frente progresista y hasta ahora favorito para imponerse en las elecciones de octubre.
"Brasil no puede perder su libertad frente a quien es contrario a la familia y defiende la ideología de género, liberar las drogas y el aborto" o "cerrar las iglesias", repite Bolsonaro en su discurso en alusión a supuestas intenciones que Lula nunca ha manifestado.
Así como el estadounidense Donald Trump, a quien suele citar como "modelo político", Bolsonaro apuesta al conflicto permanente, hasta con instituciones como la Corte Suprema o la Justicia electoral, a las que acusa de ser "herramientas del sistema".
Desde que llegó al Gobierno, ha mantenido duros pulsos con la Justicia, que ha regulado su armamentismo y su negacionismo frente a la pandemia de covid-19, que hasta ahora ha matado en Brasil a casi 690.000 personas.
Desde el inicio de la crisis sanitaria, Bolsonaro minimizó su gravedad, condenó las medidas preventivas, puso en duda las vacunas y tildó de "gripecita" al virus. "Tenemos que dejar de ser un país de maricas", vociferó ante el temor que infundía la pandemia.
Expresiones que muchos califican de homofóbicas, así como otras tildadas de machistas o racistas son parte de su cotidiano.
El pasado 7 de septiembre, en plena fiesta por el bicentenario de la independencia de Brasil, Bolsonaro instó a una multitud a elogiar la virilidad que dice mantener a los 67 años.
"Es 'imbroxável'", coreó el público, usando una grosera palabra que coloquialmente define al hombre que nunca falla a la hora del sexo.
Nacido en una humilde familia de inmigrantes italianos, Jair Messias Bolsonaro optó en su juventud por la vida castrense y se formó en la Academia de Agujas Negras, de la que salieron muchos de los ministros de su Gobierno.
Su carrera castrense, sin embargo, duró solo nueve años. Acabó en 1988, después de enfrentar un proceso en la Justicia militar por casi llamar a una insurrección en demanda de aumentos salariales para la oficialidad media.
Comenzó entonces su vida política. Fue concejal en Río de Janeiro y luego diputado federal durante 28 años, en los que pasó por una decena de partidos.
En 2018 aspiró a la Presidencia y ganó con un 55 % de los votos con promesas de "fusilar" a los izquierdistas, en una campaña en la que sufrió un atentado por parte de un enfermo mental que le asestó una puñalada en el abdomen en un mitin electoral.
Aún así, pudo llevar a la ultraderecha por primera vez al poder en Brasil a través de las urnas, subido a una ola "antisistema" que hoy no parece tener la misma fuerza.