Un país digno no escatima en normas que garanticen los derechos, todos los derechos, de todas las personas sea cual sea su religión, su raza o su orientación sexual. Ninguna de estas circunstancias debe llevar aparejado el hecho de ciudadanos de primera y de segunda. La dignidad humana está por encima de todo ello y los derechos que deben acompañarla deben ser protegidos sin miramientos. Partiendo de esta convicción profunda me cuesta entender la cerrazón de la ministra de Igualdad a la hora de afrontar el debate sobre la ley trans en lo que tiene ver con los menores de edad que por serlo son acreedores de la máxima protección, del mayor de los acompañamientos. Para Irene Montero basta que un adolescente de 12 o 13 años se sienta niña habiendo nacido chico, o a la inversa, llegue a la conclusión de que vive en un cuerpo equivocado para que pueda iniciar un proceso de hormonacion y, en su caso, quirúrgico como si el camino a recorrer no fuera un camino duro y doloroso y en muchos casos absolutamente irreversible.
Me cuesta entender que la ministra y con ella el Consejo de Ministros, se haya lanzado a proponer una ley que antes de ser aprobada está generando debate y preocupación en no pocas familias españolas. No se entiende que si se quieren hacer las cosas bien no se haya consultado a expertos en la materia. Endocrinos, sicologos, psiquiatras han puesto el grito en el cielo porque están en primera línea a la hora de afrontar el problema. Ven con espanto como las consultas de menores han crecido de manera exponencial y con frustración como sus advertencias, basadas en la evidencia científica y clínica, hoy por hoy, han caído en saco roto.
La disforia de género es un asunto muy serio que produce sufrimiento y en muchos casos una extraordinaria soledad. Y porque es algo muy serio debe abordarse con extraordinaria pulcritud, con las máximas garantías de todo orden, pero realizar estas reflexiones te convierte, de inmediato, en un ser transfobo, cuando en realidad es todo lo contrario. Quienes mantenemos serias reticencias a la propuesta de Irene Montero propugnamos seriedad y garantías máximas para los menores y, por supuesto, plenitud de derechos y de trato digno a los adultos trans. Si cuando una persona quiere perder unos cuantos kilos se le recomienda, sin que nadie levante la voz, que acuda a un endocrino que le dicte y vigile la dieta, ¿cómo es posible que en la ley trans se ignore a la ciencia?.
Ay, Irene, has entrado como elefante en cacharrería para abordar un tema en el que habría que haber entrado con delicadeza, estableciendo cautelas, que no prohibiciones, que den certezas a los menores de modo que puedan discernir con todos los datos en la mano lo que realmente son y no conformarse con lo que en un momento determinado puedan sentir porque esta demostrado que cuando la disforia de género es obvia esta se nota en edades comprendidas entre los cuatro y siete años. Puede surgir más tarde, es verdad, pero cuando los casos aumentan de manera exponencial es cuando el adolescente de turno necesita de mayor protección, de mayor acompañamiento y de mayores certezas y esto, creo, no se resuelve solo con la autorización judicial. Ay, Irene, la cuña que has metido en la izquierda se las trae.