Fue en la madrugada del jueves. Se celebraban las fiestas del barrio de Romo, en Getxo y como cualquier joven, Mikel Iturgaiz, hijo del presidente del PP Vasco, Carlos Iturgaiz, pretendía pasar un buen rato en compañía de una amiga. Se olvido el joven Mikel que en el País Vasco sigue reinando la intolerancia, el fanatismo y el despreció a aquel que no es considerado de los “nuestros”.
No tardó mucho tiempo en darse cuenta de su olvido ya que tanto él como su amiga se vieron rodeados por un grupo de fanáticos que al grito de “basura del PP, vete”. Su amiga trató de defenderle pero recibió una bofetada por respuesta.
Naturalmente, ambos tuvieron que abandonar el recinto y acudir de inmediato a la Ertzaintza para denunciar la agresión. Agresión, por cierto, muy similar a la que sufrió una ertzaina días antes también en una de las muchas fiestas que en estos días se celebran en muchos pueblos vascos.
La junta de portavoces del Ayuntamiento de Getxo condenó de manera incontestable la agresión pero no fue unánime ya que los representantes de la izquierda abertzale se desmarcaron de la misma.
Ningún español de bien puede no condenar el ataque a Iturgaiz o a cualquier otra persona por discrepancias políticas, pero en el caso del País Vasco hay muchos vascos que optan, como siempre han hecho, por el silencio. Es un silencio que forma parte de la “kultura” dejada por ETA que ha cuajado a sangre y fuego incluso en las nuevas generaciones. Precisamente por ello, no basta con condenar ni con las muestras de solidaridad. Es necesario dar un paso más y señalar con claridad quienes son los que con sus amenazas impiden la libertad de los demás. Quienes son los que consienten el silencio complice de lo que no dejan de ser conatos de barbarie.
Si el lehendakari se ha pronunciado, si el socialista Eneko Andueza ha hecho lo propio, si el Podemos vasco ha seguido esta senda, ¿a qué esperan Otegui o Mertxe Aizpurua para decir unas palabritas y hacer ver a su gente, que así no?.
No lo hacen porque esa gente que acosa es la gente que les vota y ellos se sienten a salvo. Nadie les impide disfrutar de las fiestas a las que acuden con una libertad que niegan a los demás. Hasta qué punto llega la intolerancia, la ausencia de auténtica conciencia democrática, que si en el jardín de la casa de verano pones una soga roja y una cuerda amarilla deslabazada por el paso del tiempo, hay que quitar la soga roja porque “en el pueblo ya están hablando”. Este es un hecho cierto del que he sido testigo.
Es verdad que ETA tal y como la conocimos, no existe, pero su huella permanece y quienes podían ayudar a que desapareciera se llaman a andanas y luego suben a la tribuna del Congreso para contarnos como se preocupan de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, de las clases populares. Se sienten fuertes. Están encantados de ver cómo algunos les atribuyen visión de Estado, pero que nadie se engañe, porque uno de sus grandes lemas no es otro que “basura del PP, vete”. La ertzaina atacada era una txakurra (perro).
No quiero para ninguno de ellos la más mínima agresion. Quiero que sean y se sientan ciudadanos libres. Lo que indigna es que haya silencios tan rentables. Tan rentables que se puede decir que cogobiernan en España, mientras Mikel Iturgaiz, la Ertzaintza y otros muchos ciudadanos viven con cuidado para no molestar a los matones políticos presentes en el País Vasco que alimentan los resultados electorales de quienes en el Congreso dan lecciones de democracia y sensibilidad social. Es lo que hay.