Quienes llevamos algunos quinquenios viviendo el importante trámite de la investidura a la Presidencia del Gobierno sabíamos que el discurso del candidato Sánchez, cargado de paraísos artificiales solo factibles con un Ejecutivo “progresista” a los mandos, quedaría en el vacío sin someterse al principio de contradicción. Eso sirve tanto en la administración de justicia como en la lucha por el poder político.
Por eso la sesión se animó con la intervención del principal adversario del aspirante, ya en sesión de tarde. Y, sobre todo, con el posterior cruce dialéctico de ambos. Así empezamos a entender por qué el templo de la soberanía nacional estaba ese día acorazado por un dispositivo policial sin precedentes, por qué la alarma social se ha instalado en la opinión pública y por qué Sánchez estaba donde estaba como aspirante a seguir ejerciendo en el Palacio de la Moncloa. La respuesta a esos porqués nos remite a lo que los politólogos llaman “el elefante en la habitación”. Es decir, la razón por la que en estos momentos tenemos un Congreso dividido, una calle cabreada, unos juristas perplejos, unos empresarios inseguros y unos jueces ninguneados.
Esa razón también explica que Sánchez ganará por mayoría absoluta la votación del jueves. A saber: una proposición de ley de amnistía que propone el borrado de todas las responsabilidades penales, administrativas y contables contraídas por las personas implicadas en las intentonas golpistas del independentismo catalán de 2014 y 2017.
Pero de eso habló poco el aspirante. Con intención reactiva -defensiva, incluso, a pesar de ser el candidato- contra el PP, el propio Feijóo, el pensamiento reaccionario, el alarmismo de la derecha. De modo que la parte propositiva de su discurso, de puro sabida y repetida en cientos de frases enlatadas, sonaron artificiales y poco convincentes.
Fue como si estuviera pidiendo que le votaran por esas propuestas (las condensó en ocho prioridades) y no por los posibles efectos colaterales de la venidera ley de amnistía, sobre la que estuvo parco en detalles. Al revés que Feijóo, que acertó al señalar las contradicciones que arrastra Sánchez en sus explicaciones sobre el volquete de bienes que la amnistía va a aportar a los intereses generales. Particularmente en tres de los aspectos sobre los cuales Sánchez se había deshecho en elogios:
Uno, la igualdad. Dos, la españolidad. Y tres, el respeto a los jueces. O sea, justamente las tres perversiones cosidas a la operación “amnistía por investidura”.