Hace mucho tiempo, demasiado en verdad, que vengo observando a los políticos cuando en momentos de extrema necesidad – conseguir sacar adelante una votación- suelen ofrecer a sus rivales y a los depositarios de los votos de la ciudadanía grandes prebendas-en forma de transferencias- que van desgajando competencias estatales para que pasen a ser tuteladas por los poderes autonómicos siempre de signo independentistas o separatistas.
Es la oferta y la demanda de la negociación política que dicen hacen en nuestro nombre y que ellos, los depositarios de nuestra confianza ,llevan a cabo a su libre albedrio por un puñado de votos que les permiten seguir gobernando de una forma muy ficticia sin disponer de una mayoría cualificada directa , pero si la indirecta sumando los votos de partidos o coaliciones que al juntarse, según lo que dice el presidente del Gobierno, configuran una mayoría social y de progreso en la que se dan la mano socialistas, comunistas, separatistas, independentistas y otras fuerzas de difícil calificación. Es ese “totum revolutum” de las votaciones de estas fuerzas, que ahora tienen un peso muy real en los designios de la gobernabilidad por un muy escaso número de votos que proceden de una extrema derecha que los es más que la propia que hace alianzas autonómicas y municipales y que se presenta como lo que es.
Se trata de un juego político que tiene mucha similitud con el chalaneo que según las distintas definiciones que se pueden emplear señalan “la actuación de una operación de compra o venta con maña propia”, o también “negociar, comerciar, traficar, tratar…” Y esos es lo que está ocurriendo a la hora de poner sobre el tapete de las votaciones de los diputados, que son los que ostentan la soberanía del pueblo entregada en las urnas, para llevar adelante determinadas acciones que afectan a todos los españoles y no a unos pocos que están avalados por un mínimo índice porcentual de votos, que con sus descabelladas peticiones, atendidas siempre “in extremis”, buscan seguir generando la mayor ruptura del Estado en el que todos convivimos y que constitucionalmente no se puede romper por mucho que quiera un señor que vive en Waterloo y que por encima es prófugo de la Justicia.
La impresión que tengo desde hace tiempo es que las promesas por puñados de votos o no se cumplen o quedan en el cajón de los hechos pendientes y que no suelen ser sacadas para su materialización. Ese peligroso juego- el del papel mojado- al que en los últimos tiempos son muy proclives determinados políticos que negocian en el último momento antes de que suene la llamada para emitir el voto.
Negociaciones que se llevan a cabo en un pasillo, en la cafetería, en la antesala de un despacho o en lugares recónditos. Mi afirmación tiene refrendo en muchas de las propuestas que les fueron aceptando a los independentistas y separatistas y que siguen sin ver la luz en el Boletín Oficial del Estado, para que puedan entrar en vigor, después de haber apoyado votaciones favorables en las Cámaras.
De papel mojado saben mucho los integrantes del equipo negociador del Gobierno que preside Pedro Sánchez. Un papel mojado que seguirán utilizando siempre que se vean agobiados por la posibilidad de perder una votación. Es el peligroso juego que se ha impuesto en los últimos tiempos y al que juegan los políticos incapaces de ganar en las urnas unas elecciones.