Agrandes rasgos, la economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, reutilizar, reparar, reciclar y renovar los materiales y productos existentes durante el mayor tiempo posible. Muy vinculada a desafíos como el cambio climático, a mi juicio y, tal y cómo su nombre indica, debería referirse también a gastar para después reinvertir en un mismo lugar. Algo así como hacer que el círculo que se abre en una zona se cierre en la misma.
Para algunos animales de bellota travestidos de compatriotas, los pobladores de esta región, aparentemente, somos algo así como los tontos de la misma. Una especie de cavernícolas centrados únicamente en celebrar rituales celtas, cultivar nuestros campos, llevar a pastar a nuestros rebaños, echar a volar el botafumeiro y bailar a los sones de las gaitas. Y, todo ello, con una sonrisa de admiración hacia todo forastero y sin protestar demasiado… Que para eso ya están otras regiones norteñas que, llevando a la práctica costumbres similares a las anteriormente mencionadas y, a base de llorar y amenazar, multiplican nuestros privilegios por decenas.
Y es que, al margen de nacionalismos mal entendidos, ya se sabe eso de que quien no llora no mama. Y los gallegos, además de llorar poco para fuera y mucho para dentro por eso de no molestar, hemos sido de fácil conformar y, casi nunca, hemos sabido darle a lo propio el valor que merecía. Nos vendieron que lo bueno estaba fuera y algunos lerdos se lo creyeron, lo cual no es algo grave, porque todos tenemos el derecho a equivocarnos. El problema es que a estas alturas del cuento, todavía no hayamos comprendido la jugada. Si queremos ser respetados fuera, primero tenemos que practicar dentro el respeto entre vecinos y la autoconfianza, así como aupar al de al lado, alegrarnos de la medra de otro ciudadano, confiar en los hallazgos propios, o fomentar la riqueza por estos nuestros lares.
A nivel económico quien más o quien menos por aquí presume del hecho de que exista un gigante económico nacido por obra y gracia de un espíritu santo llamado Amancio, pero a nivel personal no somos capaces de impulsar lo nuestro desde la raíz. Tienen que ser los pobladores de otras tierras los que nos reconozcan, diciéndonos que algo nacido aquí es bueno allí, para que nos lo creamos. Esa es la diferencia principal con otros pedazos de mapa cercanos que han conseguido el respeto o el temor del resto de la península: que ellos llevan metido en su ADN que lo suyo es valioso sin atisbo de duda y a nosotros nos lo tienen que decir varias veces desde fuera para que nos lo creamos.
Por ello todavía hay gallegos muy profundos que mandan al exterior una imagen distorsionada de la realidad, porque confían más en lo que proviene de fuera que en lo que lo hace de aquí. Vecinos que, a fuerza de practicar el ejercicio del asombro por lo externo, son incapaces de convertirse en estandartes de lo propio, ya sea por inseguridad en sí mismos, temor a la falta de apoyos, o deseo soterrado de apuntarse a un carro más masificado y, por ello, aparentemente con mayor proyección. Algunos no parecen darse cuenta de que mientras no peleemos por lo nuestro y contribuyamos a que Galicia crezca, por ejemplo, gastando aquí todo lo posible para que después se reinvierta aquí el dinero recibido, no favoreceremos esa particular economía circular que yo defiendo, ni crecerán nuestras empresas y continuaremos pasmando con todo lo que hay en un exterior que sí sabe nutrirse de la aparente ignorancia de pueblos como el nuestro, mientras se refieren a nosotros como “Galicia Profunda”.
*Begoña Peñamaría es
diseñadora y escritora