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Conviven en Jerusalén ochocientas cincuenta mil personas, un 60% de judíos, un 35% de musulmanes y una minoría cristiana de un 5%. La ciudad vieja, donde se encuentra el patrimonio cultural y religioso sagrado para las tres culturas y religiones no tiene más de un kilómetro de ancho. Entre sus muros están concentrados los lugares emblemáticos de la historia y sitios de peregrinación para millones de personas, por ello es considerada la ciudad santa para las principales religiones monoteístas.
 

Israel ha conseguido mantener un delicado pero indispensable equilibrio para garantizar la libertad de culto, un factor indispensable para una convivencia aceptable entre las distintas comunidades religiosas que tienen como centro de su fe la ciudad de Jerusalén. Se ha mantenido un statu quo que, precisamente, es el que permite que millones de personas celebren en este mes sus fiestas religiosas de mayor trascendencia:  los cristianos la Semana Santa, recorriendo la Vía Dolorosa hacia el Santo Sepulcro, los judíos rezando ante el Muro de las Lamentaciones en Pesaj, la pascua judía, y las plegarias de los musulmanes en Ramadán.
 

Desde la distancia hemos visto en muchas ocasiones brotes de violencia generados por grupos extremistas que utilizan el Monte del Templo y la mezquita como lugar para atrincherarse y generar un clima de violencia e inseguridad, en unas maniobras que tienen por objetivo la provocación a las fuerzas de seguridad israelíes, quienes ostentan la autoridad sobre el lugar.
 

Este espacio es, después de La Meca y la Medina, el tercer lugar sagrado para el Islam. Allí está la Explanada de la Mezquita de al-Aqsa, la Cúpula de la Roca y la Cúpula de la Cadena.
 

Para el judaísmo es el lugar más sagrado, es allí donde se construyó el Gran Templo de Jerusalén. En la actualidad y por ese statu quo, los judíos no pueden rezar más que en el Muro de las Lamentaciones, lo más cercano al antiguo Templo, y desde hace muchos años tiene regulados los accesos para israelíes, sólo en grupos reducidos y en horarios concertados con antelación.
 

A quien más interesa la estabilidad y el mantenimiento de un equilibrio entre las religiones es a Israel, es quien tiene la obligación de mantener la seguridad para garantizar la libertad de culto, pero también para proteger a los millones de turistas extranjeros que se acercan a la ciudad. 
 

Los grupos más radicales, sin embargo, se amparan en los espacios de culto para desde allí crear un clima de violencia y odio y llamar la atención de los medios de comunicación.  Es por ello que, lamentablemente, lo que nos llega, en muchos casos, es una imagen sesgada de enfrentamiento, buscada a propósito para situar a los radicales como víctimas y culpabilizar, precisamente a aquellos que buscan mantener la paz.

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