En contra de lo dispuesto en el artículo 67.2 de la Constitución, los 350 diputados se deben a un mandato imperativo: el de los jefes que les han colocado en la lista electoral. Esto no es el Reino Unido. Es la España de los partidos políticos a mayor gloria del líder. La encomienda es inapelable, so pena de exclusión.
Es mi forma de denunciar el incumplimiento fáctico del precepto contenido en el mencionado artículo 67 de nuestra Carta Magna: “Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo”. El fraude queda debidamente blanqueado por el artículo 85.2 del Reglamento del Congreso: “Las votaciones para la investidura del presidente del Gobierno, la moción de censura y la cuestión de confianza, serán en todo caso públicas y por llamamiento”. Ahí le damos. A ver quién es el guapo que se desmarca por razones de conciencia.
Se desvirtúa el derecho del candidato a “solicitar la confianza de la Cámara”, si de entrada los diputados han de retratarse en votación “pública y por llamamiento”. Ergo, nos acercamos a la votación, la de la investidura que pretende Feijóo, con todo el pescado vendido. Lo cual permite a Sánchez incurrir en el atrevimiento de dar por fracasada la investidura de Feijóo y anticipar sin ningún género de dudas la formación de un Gobierno “progresista”.
Al líder del PSOE, el otro candidato a la Moncloa, sí le salen los números en una posterior sesión de investidura. No deja de ser una falta de respeto a la voluntad de la Cámara antes de que se haya expresado. Eso nos remite de nuevo a la cuestión de fondo: la disciplina de partido mata la libertad de conciencia del diputado, convertido en un autómata para pulsar el “si”, el “no” o la “abs”, por indicación previa del jefe de filas.
Todo muy previsible, aunque el mandato constitucional proclame que el diputado no está ligado a ningún mandato imperativo que no sea el de su conciencia y su libertad de criterio. Así se explica que Feijóo convoque una manifestación dos días antes de intentar ganarse la confianza del Congreso para ser investido presidente del Gobierno, dando pie a sus adversarios para acusarle de pasar a la oposición aceptando por anticipado su derrota en el Congreso. O sea, antes de saber si la Cámara le va o no le va a hacer presidente para la estrenada legislatura.
Con estos antecedentes, la manifestación convocada por el PP el domingo pasado puede puntuar en los medios afines, pero es pólvora mojada en el Congreso. Le puede servir para demostrar que, con el alistamiento de los expresidentes Aznar y Rajoy en la causa de Feijóo, el PP es más coherente que el PSOE, donde la causa de Sánchez no seduce al expresidente del Gobierno, Felipe González. Pero no moverá voluntades en el Congreso, que no sean las de sus propios aliados.