Mercachifles, terroristas y víctimas

Afirmar que los presos de ETA son la calderilla de la billetera nacionalista y el bono basura de los sucesivos gobiernos no debe ofender sino a la inteligencia de aquellos que, de buena fe, lo entienden duro y, quizá, injusto. Para esos otros que dicen entender a la organización en cualquiera de los grados de indecencia que soportan sus crímenes, la frase se les debe antojar, directamente, un insulto. Porque si malo es ser moneda de cambio, no es mejor ser bono basura. Pero lo cierto es que, así es como se mercadea con los miembros de esa organización terrorista. De hecho, no hay negociación entre el nacionalismo vasco y el gobierno central que no incluya algunos decimales de esa índole en el monto de sus exigencias, es decir, ceros a la izquierda con un valor centesimal a la derecha. Pretensión a la que el gobierno responde con la inmediata emisión de un bono de alto rendimiento y dudosa fiabilidad con el que satisface a los primeros y retrata en ese tóxico producto a los segundos.


Es normal el trasiego de calderilla y bonos basura entre elementos especulativos de dudosa garantía crediticia y respecto a productos de peor catadura, atendiendo a su naturaleza criminal. Pero, dentro de esa degenerada normalidad política y de gobierno, se abre un valor cierto: el dolor de las víctimas y su legítima aspiración de justicia y dignidad, que ven cómo se malbarata ese noble activo y justa demanda en tan miserables transacciones.

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