La muerte injusta

Tengo el corazón encogido. José Antonio, así se llamaba mi padre, pero él se quedó dormido en su cama. Su sueño, aparentemente normal, fue un sueño definitivo, ese del que nunca despiertas y su ausencia, después de diecisiete años, a mis hermanos y a mi nos sigue proporcionando un dolor indescriptible. El dolor de la ausencia no tiene palabras que lo describa sin que ese dolor quede devaluado. Su muerte, sin embargo, no fue una muerte injusta.
 

No es el caso de José Antonio, el barrendero de Madrid que a sus sesenta años y enfundado en una traje que es una bomba de calor, murió limpiando, a pleno sol, lo que los demás, con ropa de algodón, dejamos alegremente por las calles. José Antonio tenía una frutería. El negocio se le vino abajo pero él tenía que levantar a su familia. No se hizo el remolón a la hora de buscarse la vida y aceptó el trabajo cuya duración era de treinta días. Sí, treinta días. Su lucha se ha convertido eninjusta y definitiva ausencia. Esta muerte, injusta y evitable, me ha revuelto por dentro. Me indigna hasta el infinito la injusticia que hay detrás de esta triste historia. José Antonio, el barrendero, debería haber recibido un incentivo, una ayuda pública precisamente por haber aceptado un trabajo absolutamente precario, debería haber sido asistido cuando su frutería se vino abajo, debería ser todo un ejemplo, para los muchos, muchísimos blanditos que hay en nuestro país y debería hacer reflexionar a laadministración, a todas las administraciones, sobre las políticas de protección.
 

Como estoy muy irritada, me pregunto si era imprescindible el bono cultural a los jóvenes, mientras sus padres se dejan la vida por conseguir un salario que permita mantener a ese hijo que por ser joven recibe un dinero para escuchar música o visitar un museo. Me pregunto cómo es posible que algunas empresas y no precisamente las “poderosas” tienen el cuajo de permitir que sus trabajadores cumplan su cometido en condiciones infrahumanas y me pregunto cómo es posible que teniendo el paro que tenemos haya quienes -conozco más de un caso- rechazan trabajar porque hacen cuentas y les sale más rentable acogerse a la protección social, entre otras cosas, porque si aceptan un trabajo se quedan sinayuda alguna.
 

Soy absolutamente partidaria de apoyar y ayudar a los más débiles. Es una obligación moral. No es soportable en un país digno que haya padres que no puedan comprar helados a sus hijos, ni que haya miles de hogares que se ahogan en verano y tiritan en invierno. Me duele el dolor ajeno y me rebelo ante la injusticia que José Antonio el barrendero sufrió antes de morir porque sabía que tenía que sacar adelante a su familia y su muerte ha sido profundamente injusta. Era un hombre luchador y a la vista de la reacción serena y bondadosa de su hijo Miguel, un padre que supo impregnar de bonhomía a su familia. Esta lucha sí que merece incentivos.
 

España es la cuarta economía de Europa en la que se ha instaurado un auténtico enjambre de medidas puntuales, algunas de ellas claramente ineficientes. 
 

Pero además de ser los cuartos en economía, debemos ser un país en el que no estuviera permitido y sí seriamente perseguido el abuso laboral, los salarios ridículos. Deberíamos ser un país en el que el esfuerzo y el sacrificio estuvieran protegidos, y en el que ni un solo niño se quede sin el helado que le gustaría tomar.

La muerte injusta

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