My Taylor is Swift

No, no conozco ninguna canción de Taylor Swift. Pueden ustedes reñirme o llamarme boomer o considerarme una snob. Lo que quieran pero no recuerdo o memorizo ninguna canción de la chica esa de las medias de abuela de Modas Marita, los body de patinadora infantil de Nashville, Tennessee, los vestidos de madrina de boda gitana o de recepción de Premio Planeta y la peluca más perfecta jamás construida, (si es su pelo natural felicidades a sus padres y peluqueros  por lograr que eso no se perturbe durante horas de concierto). No, no conozco ninguna canción y eso que me he puesto en el Apple Music la más conocida y no logro recordarla un minuto después, yo, que tengo oído absoluto y sin querer me aprendo cualquier cosa que suene en la radio, desde Anitta hasta Ana Mena pasando por cualquiera horror reguetonero. Un drama, oigan. Y como yo hay muchos. Muchos perplejos que no entendemos el éxito de esa chica no por que cante mal, o porque su música sea fea, que no lo es, o eso creo, sino porque no somos capaces de recordar ninguna de sus canciones, que encima son muchas, vista la duración del concierto, los precios del mismo y las molestias a los vecinos del Bernabéu-Music-Coliseum-FlorentinoForEver-condemor.


Tengo una teoría que explica este fenómeno, no el del éxito de la santa Taylor, mujer limpia y bien alimentada desde la cuna, de huesos fuertes y estructura física envidiable, brillantes ojos azules, pómulos fruto de muchas generaciones mezcladas en la vieja y denostada Europa, vegana, comprometida con el cambio climático y con un jet privado que suelta pequeñas hadas, pétalos y brilli-brilli al volar para darle felicidad a sus millones de fans a lo largo del planeta. Mi teoría es que su música solo la  pueden oír los adolescentes o las almas que no han alcanzado la adultez. Como esos pitidos que solo escuchan los perros, o esos sonidos que solo oyen los que no han desarrollado el oído. Busquen, busquen en Internet y encontrarán la respuesta. Hay una frecuencia especial para esa etapa compleja antes de ser mayor, triste y ceñudo y Taylor Swift canta inmersa en ella. Por eso los que ya somos viejos no podemos escucharla. Si Taylor se hubiese decidido por el Country, que me encanta, quizá estaría en los primeros puestos de mis listas de Apple Music, pero decidió hacer felices a los jóvenes y que hicieran cola y compraran pañales para no perderse ningún de las canciones que jamás disfrutaré. (Lo de los pañales me parece bien, siempre he afirmado que me llevaré unos cuantos cuando vaya a Bayreuth a escuchar el Tristán después de mazarme a cervezas y además las entiendo: ir a miccionar en los festivales es como entrar en el baño de Trainspotting).


La vida sigue sin Taylor. Cuando lean estas líneas (suena a película de Bond o de Misión Imposible) el Real Madrid habrá vuelto a jugar una final de la Copa de Europa. Espero que Taylor no haya gafado el mito. Recordemos que el fútbol es un deporte de 11 contra 11 y siempre gana Alemania, pero ahí aún no había entrado en danza esa épica final del equipo merengue. Suerte al Madrid, contra los que tienen que (y deben) perder es contra el Deportivo. ¿Qué aun no estamos en primera? Ya volveremos. El Depor siempre vuelve, como los novios tóxicos.


Y la semana que viene hablaremos del gobierno, prometido.

My Taylor is Swift

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