Ya tenemos Gobierno una vez que los elegidos han tomado posesión de sus cargos ante el Rey. Y aunque todo Gobierno merece esos cien días de gracia, tengo que admitir que a mí no me despierta ninguna ilusión. En realidad lo que pienso es aún peor: no espero “casi” nada bueno del Gobierno. Y he añadido a la frase el “casi” porque tampoco me quiero dejar llevar por el pesimismo.
Y es que Pedro Sánchez lo tiene claro y, siguiendo la senda inaugurada por el aparentemente melifluo José Luis Rodríguez Zapatero, su objetivo no pasa por gobernar desde la centralidad, lo que pasaría por llegar a acuerdos con el PP en políticas de Estado, sino que va a seguir insistiendo en la consolidación del cinturón sanitario alrededor de quien ose discrepar con él.
De manera que nos aguarda una legislatura bronca, en la que Sánchez y los suyos gobernaran con el apoyo de quienes tienen como programa político acabar con la Constitución y por tanto con el modelo político del que nos dotamos allá en 1978 y que ha permitido más de cuarenta años de convivencia democrática y de progreso.
Repasando la lista de ministros, los nuevos parecen tener ese perfil idóneo para la bronca. Por ejemplo Mónica García, nueva ministra de Sanidad o el nuevo titular de Transportes, Oscar Puente, que seguramente se ganó sus galones de ministro durante la fallida sesión de investidura de Alberto Nuñez Feijóo, donde el señor Presidente, en un alarde de soberbia, y por ende de desprecio, decidió no ser él quien se midiera con el líder del PP.
No, no espero nada bueno de la nueva legislatura porque Pedro Sánchez tiene que pagar un precio desorbitado por seguir siendo Presidente: el precio de la amnistía, el precio de poner de rodillas al Estado de Derecho ante quienes precisamente quieren acabar con el actual Estado de Derecho.