Sólo por tener que soportar al prójimo durante ocho, diez o doce horas seguidas, los camareros deberían percibir un plus de peligrosidad, un extra por trabajo penoso. Pero no lo perciben. Es más; lo único que perciben, aparte de su mísero sueldo, es que buena parte de los clientes confunde el verbo “atender” con el verbo “servir”. No es raro, pues, que por todo eso, jornadas de trabajo extenuantes, salarios paupérrimos y trato desconsiderado o indigno, nadie en su sano juicio quiera ser camarero.
Pero aun si el trabajo en la hostelería se pagara bien y sin escamotear las horas extra, incluso si se respetara la jornada de ocho horas y clientes y patrón desplegaran con ellos una educación exquisita, seguiría sin haber camareros para tantos bares. España, como se sabe, es el país con más bares del mundo, cerca de 300.000, o, lo que es lo mismo, que cada 175 españoles, contando los niños, tocamos a un bar, de suerte que toda la población podría refugiarse en los bares en un momento dado. Es metafísicamente imposible, y desde luego físicamente también, que haya camareros para tanto bar.
No puede negarse, ciertamente, que el bar, la taberna, la cafetería, la tasca, el chigre, la bodega o el garito cumplen en España la función, bien que en plan algo rústico, de club social. En ellos se habla, se grita, se desayuna, se come, se merienda, se cena, se liga, se cotillea, se ven los partidos de fútbol y se bebe hasta, como ocurre en tantos casos, perder el sentido, pero lo más dramático es que todo ese guirigay, ese caos, se carga en las espaldas de los camareros, que son personas con una memoria prodigiosa, sobre todo en lo tocante a la diversidad cafetera, y a los que les duelen insoportablemente los pies.
La patronal de la hostelería se lamenta de la falta de camareros, pero podía ocurrírsele pagarles mejor, explotarles menos. Hay sitios donde es particularmente acuciante de cara al verano, al parecer, ese desabastecimiento de la mano de obra más machacada del universo. En esos sitios de gran afluencia turística los camareros no tienen, encima, dónde meterse, esto es, dónde dormir, dónde asearse, dónde hacer algo de vida propia, de vida. El alquiler de un apartamento, siquiera compartido con varios compañeros de fatigas, temporeros también, se les lleva el sueldo entero, propinas incluidas, pero, insisto, los empleadores que más se quejan son los que menos proveen a las necesidades de quienes les son tan necesarios para forrarse en la temporada veraniega.
No hay, en fin, camareros para tanto bar, y menos, comprensiblemente, en esas condiciones.