Ya no puede haber marcha atrás. Nunca más. En realidad nunca existió cariño ni amor familiar entre sus miembros. Sin duda no era una familia ejemplar. La soberbia, el egocentrismo, la falta de empatía, el lavado de los trapos sucios en casa y las apariencias eran normas habituales en el clan familiar.
Había posibilidad de empeorar y así sucedió. Cuando había algún problema, miraban para otro lado y marcaban la distancia necesaria, no fuese que le pidiesen ayuda. Nunca un buen consejo, nunca una muestra de cariño, siempre criticando, insultando y no aceptando el diálogo sino utilizando la fuerza verbal como final de cualquier conversación.
Algún miembro familiar ponía en marcha ciertos proyectos políticos, económicos o familiares y obtenía la aprobación de muchos vecinos y amigos pero nunca la de sus propios familiares. Tenían como obligación el cariño de sus descendientes y sentían envidia de la miseria ajena.
Hay muchas familias, demasiadas, encorsetadas en su mundo de ficción. Sólo buscan su propio bienestar. Llaman o buscan a los demás cuando necesitan algo concreto o carecen de la ayuda necesaria, poniendo siempre por delante la posible donación o herencia de los pocos bienes materiales.
No entienden que los hijos lo único que desean es que los escuchen, que les den un abrazo, un beso, un poco de ánimo. Nada, por mucho que insistan no lo han conseguido nunca y el tiempo pasa para todos. Ahora la vejez les ha mostrado la factura evidente y natural, a la que nunca pensaron llegar.