n el conflicto palestino (palestinos israelíes y palestinos no integrados en Israel) uno tiene el corazón tan dividido como el de todos ellos desde la creación del Estado de Israel en 1948. Dicho sea de paso, al margen de la resolución de la Asamblea General de la ONU, que recomendaba la partición de la tierra de Palestina en dos Estados.
De entonces acá, para entendernos, hemos decidido hablar de los palestinos y de los israelíes como las dos colectividades enfrentadas en el histórico conflicto. Por cierto, con una desproporcionada desigualdad en todos y cada uno de los enfrentamientos acaecidos a lo largo de setenta y cinco años. Hablo de la fuerza, no de la razón moral.
Razones tiene Israel en su eternizado salmo del derecho a existir dentro de fronteras seguras. Y razones tienen los palestinos para disponer de un Estado propio emancipándose de la tutela israelí. Pero de hecho están siendo tratados como parias de la historia y grandes perdedores en los tableros de la política internacional, como los saharauis, los armenios, y otros pueblos dejados de la mano de Dios porque la razón moral no les sirve de nada sin fuerza militar. Están abocados al recurso del terrorismo, que siempre será condenado por las satisfechas y biempensantes opiniones públicas del llamado mundo democrático.
Aunque las razones estén repartidas, la fuerza está claramente en uno de los bandos. El que hoy por hoy está gobernado por uno de los equipos políticos más nacionalistas e integristas de su historia, el que preside Benjamín Netanyahu, el mismo que acaba de prohibir los suministros de mercancías, electricidad y combustible a la superpoblada franja de Gaza, donde ya viven hacinados y confinados de hecho más de dos millones de palestinos cuyas provisiones dependen de los controles fronterizos de Israel. Así que muy humanitarias y cargadas de razón no parecen estas represalias, que en realidad vienen a echar gasolina sobre la hoguera internacional que acaban de encender los milicianos de Hamas en su acción “terrorista” (técnicamente y moralmente es terrorismo).
“Es nuestro 11-S”, dijo Netanyahu mientras anunciaba una contraofensiva “sin limitaciones”. O sea, que ya nos podemos preparar para un estallido de proporciones bélicas cuyo resultado desbordará con creces la condenable masacre desencadenada por Hamas en territorio israelí la semana pasada. Y vuelta a las andadas, con probable invasión terrestre del Ejército israelí en la castigadísima tierra de Gaza, nicho ecológico de los dos brazos de Hamas, el político y el militar. Un movimiento que, a diferencia de sus competidor de Al Fatah en Cisjordania, es más religioso que nacionalista.
Vuelven los tiempos recios al conflicto de Oriente Próximo.