Empiezo la columna leyendo que Isa Serra dice que Errejón es de ultraderecha. En realidad, amigo lector, todos somos ultraderecha. Se acabaron los días en los que los ultras llevaban cazadoras bomber, tatuajes con la cruz gamada y botas Martens. Quitando los tatuajes, en cualquier colección de Zara encuentras las bomber y las botas estilo militar, que ahora han adoptado los góticos como si de un perrito abandonado se tratara. Ahora los nazis llevan ropa de Helly Hansen, una casa noruega de ropa de deportes extremos que tiene gran calidad y es muy abrigosa. Por lo visto a los nazis lo de HH les hace gracia por lo de Adolfo y su saludo. Pero tú mismo puedes tener en tu armario un cortavientos de Helly Hansen comprado en las rebajas, que te sirve para llegar a la parada del bus si vives en San Roque de Afuera un día de temporal, que es como subir el Annapurna, y bueno, no eres nazi pero sí, amigo lector, lo eres porque llevas ese chubasquero que conseguiste en las rebajas a un precio fantástico. Así que en esas estamos, Errejón es de ultraderecha, aún no es nazi pero todo se andará, y yo me pregunto si no sería un infiltrado de las fuerzas oscuras y ocultistas de Hydra, porque se encamó con Rita Maestre y ella no notó en sus besos y caricias el absoluto mal de la encarnación de los Camisas Negras. O en Podemos tienen poco ojo o en realidad Errejón no es de ultraderecha, es un hijo sano del núcleo irradiador del refrescamiento en el baño, del “eres especial”, del “eres muy madura para tu edad”, del “¡llevas un libro de Padura!”, de ojear cual azor la clase de primero de Ciencias Políticas para buscar jóvenes atractivas con pañuelo palestino, puño en alto, gafas de pasta y LP de Víctor Jara, aunque en realidad a ellas les gusten Ana Mena y Taylor Swift.
Pobre Errejón, víctima propiciatoria y ejemplarizante de los Puntos Pioleta, víctima del personaje y la persona, víctima de comer carne a la parrilla mientras proclama que los pedos de las vacas destruyen el planeta como si fueran la Estrella de la Muerte. En fin, víctima de la turra soberana del wokismo, una ideología que resulta ser el epítome de la secta delirante que intenta destruirse a sí misma y a los demás sin casi darse cuenta, mientras los líderes huyen en naves espaciales (Yolanda Díaz dixit y pixit) escapando del Armagedón de los coches diésel, las vacas, las parrilladas, y los nazis que han resurgido de repente desde el fondo de la Tierra, liderados por Red Skull, mientras Hitler, oculto en los hielos árticos manda radiaciones de Raticulín para activar la orden 66.
Estos días los woke huyen despavoridos de X, antiguo Twitter por culpa de Elon Musk y su algoritmo. Resulta cómico leer las despedidas con el brazo tapando las lágrimas, las proclamas antifascistas dignas de la serie “Allo Allo”, los gemidos del sufrimiento de los que se quedan como si recibieran fuego enemigo en una trinchera en la Gran Guerra. Un colega me dijo el otro día que las redes sociales pueden dañar gravemente el cerebro humano. No se lo discuto: son adictivas como la cocaína pero más baratas, por eso muchos woke lloran y se lamentan por culpa de Elon Musk: les han cambiado el camello y puede que no les siente bien al principio el cambio pero a mí no me cabe duda de que volverán. Al fin y al cabo es lo que tienen las adicciones. Al sexo, a la cocaína o a las redes sociales. Que siempre sigues siendo un adicto. Que se lo digan a Errejón, que, de repente, es de ultraderecha. Y lo que le queda. Yo de él me pasaba directamente al fascismo. En peores campos habrá jugado. No sería el primer político de nubosidad variable. Y total, se lo van a llamar igual aunque lleve de bandera un piolet de color violeta.