¿Qué más tiene que pasar?

Asistí a la conferencia pronunciada por Sánchez y he de confesar que me pareció muy interesante el plan desgranado por el presidente ante un importante plantel de empresarios. También debo decir que, sin embargo, lo que más efecto me causó fueron sus últimas palabras, el último párrafo de su intervención. Sánchez, en línea con lo que estamos escuchando estos días a líderes europeos, hizo una intervención muy dura contra Putin al que deseó una pronta comparecencia ante la Corte Penal Internacional. Reconoció la excepcionalidad y gravedad de la situación y cuánto puede afectar a nuestras economías y a nuestra forma de vida, aunque estemos a tres mil kilómetros de Ucrania. Anunció que el plan que aprobará este martes el Consejo de Ministros será de 16.000 millones y lo desgranó en puntos concretos. Imposible estar en contra, como no se puede reprochar al Gobierno que planee ayudas a sectores especialmente apenados. O que se aumente el ingreso mínimo vital, aunque sea apenas un quince por ciento. Otra cosa es ver cómo se acabará pagando todo esto, que sin duda fórmulas hay, aunque sean complejas.

Por ello, y por un mínimo sentido de lo que puede dar de sí este autor y la extensión de este comentario, dejo para quien sepa más que yo el análisis técnico y económico de estas medidas: ya he comenzado a leer algunas reacciones procedentes de especialistas y también de otros partidos. A mí lo que más me interesó fueron las últimas palabras: “¿Qué más tiene que ocurrir para que respondamos unidos, qué mas tiene que suceder para dejar de lado las rencillas, los sectarismos y sumar fuerzas?”. Sí, es difícil pensar en una situación que requiera en mayor medida ese acuerdo nacional por el que tantos suspiramos desde hace tanto tiempo. Y estoy seguro de que los restantes líderes nacionales podrían fácilmente suscribir estas frases pronunciadas por el presidente del Gobierno. Ocurre que todos deberíamos aplicarnos a lograr que estos deseos se cumplan.

Confío en que las otras fuerzas tomen nota: ya no es posible el ‘no es no’, ni la crítica porque sí a cualquier cosa que haga el Gobierno, aunque sea traerse un acuerdo beneficioso. Ni el ‘gauchismo porque sí’ en algunos sectores de Podemos, ni el radicalismo populista inflexible de la derecha extrema. Ni, por cierto y por ejemplo, los tractoristas haciendo las cosas que hacen ‘por cojones’.

Pero creo que bien podrían meditar Sánchez y algunos ministros acerca de esta apelación del presidente a ‘sumar fuerzas’ dejándose de rencillas: han de acabar las acusaciones a la oposición en el sentido de que se sitúa fuera de la Constitución cada vez que rechaza un plan gubernamental; deben cesar los sambenitos de ‘ultraderechista’ dirigidos contra todo aquel que no aplaude lo que hace o no hace el Ejecutivo; hay que abrir de par en par las puertas de La Moncloa para que, con el aire fresco, entre la voz de otros sectores políticos y también y sobre todo la voz de la calle. Es preciso hacer que el Gobierno ‘caiga simpático’ a los ciudadanos, algo que hoy por hoy no ocurre, entre otras cosas porque no es simpático ni escucha de verdad lo que las gentes que salen a manifestarse piden y dicen. ¿Habrá entendido Pedro Sánchez el mensaje?

Empatía, empatía, empatía, creo que debe ser ahora la receta. Nos hallamos, quizá porque a la fuerza ahorcan, ante una oportunidad única de superar la maldición de las dos Españas. ¿Qué más tiene que ocurrir para que se nos escuche a los millones de personas, solamente personas, empeñadas en que esta vez sí hay que intentarlo y en que si, de veras se quiere, como en los versos de Virgilio, se podrá conseguir?

¿Qué más tiene que pasar?

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