La “verdificación” de las ciudades

La “verdificación” de las ciudades

Vamos a empezar explicando…


… que ya sé que utilizo muchas palabras y usos gramaticales que no existen, pero qué le quieren, no lo puedo evitar. Digamos que es una licencia poética –espero que se hayan dado cuenta— que me permito en mis prosaicas Verbigracias y demás escritos. Es lo bueno que tiene que no te censuren –después lo explico— y puedas ser tú misma. Mezclo y retuerzo palabras, órdenes y normas gramaticales porque me hace gracia, simplemente. Bueno, porque me hace gracia y porque me parece que mi discurso queda perfectamente explicado con ello, que conste, porque mi primer interés es hacerme entender por muy “revirichados” que sean mis pensamientos –¿ven lo que les decía?, aunque a veces olvido las comillas…


Yo creo que esta rebeldía al escribir es la respuesta de mi naturaleza rabuda –porque lo soy, y mucho— a mis años de traductora para la Televisión de Galicia y parte del extranjero. Toooodo tenía que ir por el libro, no te podías inventar una palabreja por simpática que fuera. Y con la gramática peor todavía. Ya no es que tuviese que ir por el libro –que eso lo comprendo—, tenía que ir por “su” libro de ellos. Si había dos opciones, siempre tenía que ser la que les gustara a ellos, por muy correcta que fuese la otra. ¡Pero, señores/as, que no todo el mundo habla igual! Pues nada, ellos, erre que erre. Y como el que manda, manda. En fin…


Y dicho todo esto, me meto en otros jardines…

 

 

Donde haya un jardín…


…que se quite un “cementerio”, o sea, un espacio al aire libre lleno de cemento, no un cementerio de descansar para siempre sin molestar a nadie, ya me entienden...


Pues sí. Ahora, a nuestros amables y votados gobernantes de toda magnitud territorial se les ha dado por humanizarnos las ciudades –dentro de poco, hablan y todo de lo humanas que van a ser— haciendo bulevares y poniendo toda clase de trabas al tráfico rodado. Hasta aquí, todos de acuerdo. A ver, ¿a quién no le gusta pasear por donde le plazca a sus anchas, sin temor a ser atropellado por un coche eléctrico de esos que no se oyen y con su lindo cuerpo serrano guarecido del tórrido sol y sus cada vez más peligrosos rayos –la capa de ozono, ya saben…— por frondosos árboles que le den una rica y fresquita sombra? A mí, por lo menos, sí. Yo estoy encantada. Verde, cuánto más verde, mejor.


¿Y las bicicletas? ¡Ah!, las bicicletas. Esas sí que molan. Yo que me pasé toda mi infancia –y parte de mi adolescencia— rogando a Dios, a los Reyes Magos, a mi madre y a todo el que me topaba, que me regalase una bicicleta y no hubo manera, oigan. A mi hermano sí se la regalaron, los muy discriminadores. Yo creo que me tenían todos manía: Dios, los Reyes Magos y hasta mi madre. Es una espinita que todavía tengo clavada en mi corazoncillo, que lo sepan. Menos mal que nunca es tarde cuando la dicha es buena y nuestro bien amado Concello ha puesto a mi disposición y el resto de “concellanos”, unas bonitas bicicletas de uso público. Da gusto ver a nuestra senectud y a nuestra juventud pedaleando en línea recta, en zigzag o haciendo caballitos –la juventud, claro— como si estuviesen en el Hipódromo de la Zarzuela.

 

 

Las prioridades: esas cosas que  pueden quedar para después


A ver, en primer lugar, tenemos que definir qué es una prioridad. Según la RAE, en su primera acepción –la segunda no nos vale—, prioridad es “f. Anterioridad de algo respecto de otra cosa, en tiempo o en orden”. En fin, que la definición nos vale de poco, en este caso. Yo diría “anterioridad por su urgencia o necesidad”. Verbigracia, ¿qué es más urgente o necesario, hacer un carril bici o arreglar un pavimento en mal estado en el que nos podemos partir la crisma o dejarnos el coche con todas las tuercas bailando? –Bueno, lo del coche da igual, que ya sabemos que últimamente están demonizados—. Pues bien, amigos, como todo es relativo y cada quien es dueño de sus opiniones, pues cada quien (bis) da prioridad a lo que considera oportuno. Les voy a poner una verbigracia ilustrativa. Se la cuento en el párrafo siguiente…


Yo voy a trabajar –a pie— todos los días por el mismo camino. Desde hace más de un año, en cierta zona del recorrido, hay unas losetas de piedra rotas y sueltas en tres puntos distintos que forman una línea recta de unos… ocho metros. Hace unos meses, vimos tres vallas amarillas y un cono de señalización en torno al burato del medio. Los usuarios habituales nos congratulamos pensando que iban a arreglarlos… Pues ya nos hemos descongratulado, porque están como estaban. No deben de ser una prioridad. Y es que, comprendámoslo, no es lo mismo una foto plantando un arbolito que tapando un bujero en el suelo. En fin… Servidora de ustedes, si mandase –dios no lo quiera— priorizaría el mantenimiento de lo que hay a lo nuevo, qué le quieren. Las cosas nos cuestan mucho dinero a los contribuyentes para ver cómo se deterioran impunemente.

 

 

El jardín de Palacio


A ver, no todo va a ser protestar. Reconozco que en nuestra incomparable ciudad hay jardines que son envidiables. Tenemos un jardín botánico en pleno centro urbano que es un lujo total. Su mantenimiento y, sobre todo, su (mal)trato ha sufrido altibajos durante su larga historia, pero sigue siendo el rey…


En la terraza posterior de nuestro Palacio (municipal) también han puesto un jardín para deleite de sus usuarios. Debe de ser muy reconfortante hacer un alto en el trabajo y respirar el aire fresco y puro que les proporcionan sus bonitas plantas. Lo mejor de todo es… ¡que a los contribuyentes nos sale gratis! Todo un detalle, con los tiempos que corren.


Así me gusta, señores munícipes: hay que predicar con el ejemplo. Verdifiquemos nuestra humana ciudad por todas partes.

 

La “verdificación” de las ciudades

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