Durante doce años, Manuel Bueno Cabral, Manolín Bueno, esperó sentado que pasara la galerna. Sentado en el banquillo. La galerna era Francisco Gento López, Paco Gento, La Galerna del Cantábrico concretamente.
Muchos, todos los que le conocieron y cuantos le vieron jugar, han sentido la muerte del legendario y velocísimo extremo izquierdo del Madrid, pero quien tal vez más la ha sentido, pues se pasó doce años de su vida contemplándole de cerca, ha sido el hombre a quien Paco Gento eclipsó.
Sin quererlo, pues ambos eran excelentes amigos. El fútbol era, en aquellos tiempos, otra cosa, y existía la verdadera amistad entre los compañeros, por mucho que, cual en el caso que nos ocupa, unos les hicieran la vida imposible, deportivamente hablando, a otros. A Manolín Bueno, que aprendió a hacer caños cuando, jugando contra los curas de su colegio, éstos se remangaban la sotana, Paco Gento le hizo la vida imposible, la vida como titular se entiende.
El gran Paco Gento corría tanto, tan rápido, que a menudo, antes de pulirse con el tiempo, se dejaba la pelota atrás. Era como esas bombas ultrasónicas que se oyen venir después de que han caído y estallado. Los fotógrafos deportivos, que se arracimaban en los fondos para cazar el instante supremo del gol, el “plongeon” del portero o la prueba fehaciente del penalti, le temían como a un nublado, pues sin ABS y a velocidad fulgurante, Gento arramblaba con todos. Todo esto lo veía Manolín Bueno, y lo estuvo viendo durante doce años, desde el banquillo, pues, encima, el mejor extremo izquierdo del mundo, el ganador de seis Copas de Europa, no se lesionaba nunca.
Todos han sentido la muerte de Gento, pero quien más, aquél que supo quererle sobreponiéndose a la faena que, sin querer, le hacía, Manolín Bueno. La eterna suplencia, Manolín fue tan suplente, tan suplente, que una vez que le llamó la Selección, no llegó a jugar y quedó así, para los restos, como El Eterno Suplente, como el suplente por antonomasia. Era muy buen jugador y la afición le quería, pero solo el atlético Collar logró disputar a Gento el cetro del carril izquierdo. Tan suplente era Manolín Bueno, que sólo le ponían cuando el Madrid jugaba contra equipos particularmente leñeros, a fin de que Gento sobreviviera y pudiera seguir batiendo el récord de los 100 metros lisos cada tarde en cada partido.
A sus 81 años, Manolín Bueno llora la muerte de su amigo, ya instalado en la galerna de la eternidad. Durante doce, le vió pasar por la banda, veloz como un rayo, ante él.