Los refranes no de están de moda. Han caído en el olvido pero en estos días no se me va de la cabeza uno al que mi madre era muy aficionada cuando veía que solventaba mi maleta en medio segundo. Los olvidos resultaban inevitables y ahí aparecía ella, “hija, vísteme despacio que tengo prisa”.
Reconozco que nunca le hice mucho caso, pero la vida se ha encargado de hacerme ver que mi madre tenía razón. Viene esto a cuento del decreto que sobre ahorro energético entrará en vigor el martes.
Nadie cuestiona el derecho del Gobierno a proponer medidas y mucho menos que la ley hay que cumplirla. Vivimos tiempos de urgencias e incertidumbres y precisamente por ello se hace más necesario que nunca hacer las cosas con calma. Esto es justamente lo que no ha ocurrido con el decreto en cuestión.
En tiempos difíciles se hacen necesarios amplios acuerdos, mensajes claros y diálogo, mucho diálogo y más en un país como España que con diecisiete autonomías, todas ellas bien distintas entre sí, con características diferentes y necesidades y climas bien diversos.
Me pregunto que es lo que ha impedido al Gobierno hacer las cosas despacio para que salgan bien.
Y que no se han hecho las cosas bien es obvio y no solo por la precipitada reacción de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ahí están los comerciantes, la restauración, el ocio y la normativa laboral que tiene sus especificidades que es necesario respetar. Tampoco se establece con claridad quién va a velar por el cumplimiento de las medidas... en fin, que el Gobierno parece haberse olvidado que que España, siendo como es un gran país, no es un país fácil de gestionar pero es el que nos hemos dado.
Además de todo esto se ha obviado un cálculo, por lo menos aproximado, del ahorro que supone, por ejemplo, apagar los edificios públicos y aquellos otros emblemáticos de muchas ciudadanos.
Es decir, se ha lanzado un real decreto proceloso que ha generado en muchos auténtico desconcierto y en otros asombro innegable.
Tenemos que aceptar que los tiempos que vienen no van a ser fáciles. Los ciudadanos ya lo sabemos cuando vamos al supermercado, cuando llega la factura de la luz o hay que llenar el depósito de gasolina. Ya estamos en esos tiempos difíciles y ya los estamos experimentando. Con todo, es muy probable que los tiempos más inmediatos no van a ser mejores y creo que es deber ciudadano aceptar y además de buen grado, cierto grado de sacrificio. Por mucho que nos sacrifiquemos nada igualará el drama de Ucrania en donde el debate no son los grados a los que hay que poner el aire acondicionado sino que va a ser de uno mañana.
Por todo ello, ahora más que nunca, parece indispensable hacer las cosas bien, con reflexión serena y diálogo, mucho diálogo porque la democracia es sobre todo conversación. De momento y por desgracia, la conversación no alcanza ni al lenguaje por signos. Simplemente no existe.