Un buen retrato del escritor Neira Vilas abre la exposición de Sabela Arias (Lugo, 1969) en la galería Arte Imagen, para, a continuación, introducirnos de lleno en un universo de color, en un ejercicio metalingüístico, ya que la temática predominante son precisamente los útiles de trabajo: pinceles, tubos, frascos, botes de pintura, lápices…, en una versión sui generis del género del bodegón; un pretexto este, en realidad para “la búsqueda constante de sensaciones cromáticas puras”, que –según confesión de la propia artista– es su principal objetivo.
Y, siempre que hablamos de color, hay que recordar a Matisse que, un día, poseído por la magia de los pigmentos, exclama ( más o menos, pues la cita la hago de memoria): “He sido tomado por el color, soy pintor”; pues bien S. Arias, licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, es pintora con un excelente oficio, lo cual parecería una obviedad, si no fuese por la invasión en este campo de tanto cegato para la pintura, lo que viene a ser tan aberrante como que un músico desconociese los sonidos musicales. Y subrayo lo de pintora, para no caer en la tan manoseada y a menudo mal aplicada palabra de artista. S. Arias, por el contrario, se rebela contra la grandilocuencia y se afana por representar los objetos humildes de la vida cotidiana, extrayéndoles su también humilde, pero extraordinaria belleza; con frecuencia y para resaltar su insólita presencia y el misterio de su esencial pequeñez los hace dialogar, generalmente esquinándolos, con amplios espacios, donde solos y quietos componen un poema visual de invisibles presencias, a la vez que expresan sutiles relaciones entre espacio y objeto, espacio y tamaño y la relatividad de los valores que los humanos atribuimos a las cosas. Hay también en la obra de esta pintora un cuidado ejercicio compositivo, ya por acumulación rítmica; ya, y más frecuentemente, por eliminación de referentes, dejando que centre la mirada el motivo puro en su soledad, como un homenaje al milagro de su existencia; así, una gallina pavoneándose sobre un fondo de manchas terrosas puede ser tan hermosa como una persona hermosa. Pequeños paisajes, algún interior, acuarelas diversas completan la muestra; pero la obra que resume, a nuestro entender los no pocos valores plásticos de S. Arias, es esa “Pomba” que desde el rojo plano angular de un tejano nos invita a contemplar la ciudad (¿Betanzos?) con altos vuelos.