Francisco Asorey González es uno de los mejores escultores gallegos del siglo XX. Aunque pase desapercibido para la mayoría de sus paisanos, sus obras son interesantes y se hayan en diversas ciudades y pueblos. En La Coruña realizó la obra más importante con que cuenta la ciudad, por su envergadura artística, los coruñeses y foráneos pasean y se fotografían frente a ella y no reparan en su autor. Se encuentra en el paseo de Méndez Núñez y no es otra que la majestuosa ornamentación del monumento a Curros Enríquez.
Asorey nació en Cambados el 4 de marzo de 1889 y murió en Santiago el 2 de julio de 1961. Maestro escultor de profesión, trabajaría la mayor parte de su vida en motivos religiosos. Estudia en la Escuela de Artes y Oficios de Sarriá (Barcelona) logrando abrir un taller en plena juventud de imaginería en Baracaldo. Posteriormente se traslada a Santiago en 1918 para ocupar la plaza de escultor anatómico de la Facultad de Medicina, donde adquiere una serie de conocimientos que en el futuro aplicaría a sus numerosos trabajos.
Supo sobrevivir a los años difíciles de la implantación de los regímenes del Directorio Militar, la situación delicada de la Monarquía de Alfonso XIII, el advenimiento de la República y la cruenta guerra civil vivida de 1936 a 1939 y el posterior aislamiento que supuso la Dictadura del general Franco. Pese a estos avatares, de todos ellos recibió los honores y alabanzas que sus obras requerían y merecían, en el aspecto artístico.
Su primer gran trabajo será el que logra con una estatua, que al momento actual se halla en paradero desconocido, a la cual bautiza con el lema “Naiciña”. En su villa natal de Cambados existe una réplica de aquel original. Dos años después de ser premiado por aquella obra, que algunos expertos del momento calificaron como la más emocionante, obtiene la segunda medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, por otra imagen que causa gran impacto en aquella feria del arte, denominada “O’Tesouro”. Viene a ser una talla de madera que representa una mujer que lleva en brazos un cordero, que se convierte en una de las imágenes utópicas y a su vez de la identidad de Galicia.
No obstante, su consagración como artista escultor le llega en 1926 con la que muchos de los estudiosos de su obra consideran como la más lograda de su carrera artística: el San Francisco de Asís del Convento de los Franciscanos de Santiago. Por ella se le adjudica el primer premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes.
Otro de los monumentos más singulares se encuentra en La Coruña, el levantado en memoria y homenaje de Curros Enríquez inaugurado en el verano de 1934, en un acto al que asistió el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. Está considerada como su mejor obra civil, incluso por encima de su lograda estatua de Manuel Barreiro Cabanelas, en Pontevedra y la de García Barbón, inaugurada en Vigo durante una visita que a esa ciudad Olívica hicieron los reyes Alfonso XIII y María Eugenia en 1926.
Los motivos religiosos y las obras didácticas marcarían su trabajo artístico, que a partir de 1945 evoluciona hacia el neo humanismo, que acaba por volver a llevarlo a su etapa inicial. En esta fase logra la escultura “Filliña” y alcanza su mayor expresión con la del “Cristo de Moya”, una de las tallas más excelsas de la imaginería contemporánea.
Las obras más importantes de Asorey son el monumento a Vicente Carnota (Órdenes, 1924), Soage Vilariño (Cangas, 1925), Médico Rodríguez (Mondariz, 1925), San Francisco (Lugo, 1926), San Francisco de Asís (Santiago, 1926-1930), García Barbón (Vigo, 1927), Cristóbal Colón (Madrid, 1930), Joaquín Loriga (Lalín, 1933), Curros Enríquez (La Coruña, 1934), Homenaje a los Caídos (La Coruña, 1940), Manuel Barreiro Cabanelas (Pontevedra, 1942), Manuel Quiroga (Pontevedra, 1949), Caídos en África (Ferrol, 1949), Jesús Tejeiro (Oviedo, 1950), Homenaje a los Caídos (Orense, 1951) y Alcalde López Pérez (Lugo, 1958).
Todas ellas de una gran visión artística, pueden ser catalogadas como verdaderas obras de arte de referencia histórica y de carácter protegido, por el bien cultural que representan para todos los que admiran y cuidan la historia de su ciudad.