La ermita de San Guillermo de Fisterra era el final de una legendaria peregrinación, la de los templarios que venían al cabo a ver el brazo de plata con la reliquia de san Guillermo de Aquitania. El don Gaiferos de los romances. Pero las viejas crónicas e historiadores de otros tiempos apuntaban que una flota francesa había desembarcado en la localidad y robado la reliquia. Desde entonces la capilla fue abandonada, y dejaron de ir peregrinos en oleadas a Fisterra. No sabemos si fue un castigo divino o la buena acción de uno de nuestros más grandes almirantes, pero el brazo de plata de san Guillermo, el fin de la peregrinación templaria paralela al Camino de Santiago, yace en el mar de Galicia. En la ría de Muros.
La flota que robó el brazo sabía de su importancia y le daban toda credibilidad a la reliquia. Fue en 1543, cuando la Royale y barcos del argelino Barbarroja atacaron nuestras costas y robaron la reliquia. Pero les salió al paso don Álvaro de Bazán, quien los combatió, hundiendo la nao capitana. Y dentro, la reliquia, que no pudo salvar y que sigue en el fondo de una ría gallega.
La batalla
Este fue el resultado del Combate Naval de Muros, un 25 de julio de 1543, día de Santiago Apóstol. Una gran victoria naval española que tuvo lugar en las aguas de esta población, tras el enfrentamiento de una escuadra francesa de 25 naves, al mando de Jean de Clamorgan y del corsario Hallebarde, y una española de 16 al mando de Álvaro de Bazán el Viejo, I marqués del Viso, padre de Álvaro de Bazán el Joven, que también estuvo presente en el combate pese a no contar con más de 18 años. El rey francés Francisco I encomendó al vicealmirante De Burye a armar una escuadra para atacar a España, que se alistó en los puertos de Bayona, Burdeos y San Juan. El Emperador Carlos I, envió a don Álvaro de Bazán “el Viejo”, capitán general de las galeras de España, al mar Cantábrico para armar una escuadra e impedir el ataque francés. Don Álvaro formó una escuadra con 40 naves, entre las doscientas y las quinientas toneladas, con base de operaciones en el puerto de Laredo. Una parte de su escuadra tuvo que transportar un cuerpo de infantería a Flandes. Los franceses se lanzaron al mar con 30 naves, en las que se habían reforzado con 550 arcabuceros escogidos, al mando del que se consideraba en aquel entonces el mejor marino de Francia, Jean de Clamorgan, señor de Saane. En su rumbo a las costas de Galicia, apresó dos mercantes vizcaínos, lo que dio cuenta de su presencia.
Bazán solo disponía de unos mil soldados. Le fueron enviados 500 arcabuceros viejos de tercio de Leiva. El 10 de julio la escuadra gala pasó por aguas de Laredo, sin percatarse de la presencia española. Saquearon poblaciones de la Costa da Morte como Laxe, Corcubión y Finisterre. Aquí se llevaron la famosa reliquia templaria. Doblaron el faro, echando sus anclas frente a la villa de Muros, a la que exigieron rescate para evitar ser arrasada. Los franceses creían que no existía una escuadra española en el Cantábrico pues actuaban a sus anchas y los soldados del conde de Castro que debían guardar las costas gallegas se habían retirado a Santiago, para evitar que en su desembarco robasen las reliquias del Apóstol. Esto da crédito a que los atacantes no querían solo oro y destrucción, sino robar el alma de la nación, sus más conocidos relicarios.
De Bazán fue advertido del ataque francés a las villas gallegas, alistó todos los buques y hombres posibles y se hizo a la mar. El día 18 había recibido los soldados de Pedro de Urbina. Desde el cabo Mayor a toda vela llegó a Galicia y recaló en Bares. De Ortegal a Touriñán aprovechó el viento y se acercó a las aguas de Finisterre. Una lancha a remo de Noia le avisó de la presencia de los franceses en Muros. Navegando a todo trapo llegó allí en muy poco tiempo, gracias a la presencia entre sus pilotos de marinos de la zona que sabían bien las rutas de navegación por la Costa da Morte, y cogió a los franceses desprevenidos.
La escuadra enemiga estaba casi toda fondeada frente a Muros, cuando la flota de don Álvaro se les vino encima a toda vela. Los franceses picaron cabos e intentaron entrar en combate lo mejor posible, pero la estrechez de la ría se lo impidió. La escuadra cántabra contaba sólo con 16 naves, porque Bazán había subido a ellas a marineros y soldados de otras cinco naves menores. Por eso las españolas eran más grandes y pertrechadas que los 25 navíos franceses de Muros. La buena disposición de los arcabuceros tuvo un efecto devastador en las cubiertas enemigas, y la presencia de soldados de los tercios, la infantería más formidable de su tiempo, precipitó el resultado del sangriento abordaje. Que fuera día de Santiago y que los franceses se aliaran con el turco tampoco ayudó a evitar el degüello generalizado.
Imposible perder
Siendo 25 de julio, la festividad del apóstol Santiago, patrón de España, don Álvaro arengó a sus tropas señalándoles que en tal fecha era imposible que las armas españolas perdieran un combate. La tropa española enfervorizada atacó con tanto ardor, que en muy poco tiempo los franceses fueron arrollados. Don Álvaro dirigió su nave capitana directamente contra la del almirante francés, al lado de la del corsario Hallerbarde. Se batió encarnizadamente contra los dos, llegando a contarse más de cien hombres puestos fuera de combate en la capitana española. Viendo que la ventaja era del enemigo, aprovechó una racha de viento que le permitió tomar impulso y embestir a la nave de Clamorgan, con tanta violencia que ésta se fue a pique. Luego abordó la nave de Hallebarde, capturándola. El bravo combate duró algo menos de dos horas, al final de las cuales los galos quedaron completamente derrotados. De las 25 naves que formaban su escuadra, solo una pudo escapar; las restantes 23 fueron capturadas por los españoles, más la capitana que se había ido a pique. Las bajas francesas superaron las tres mil, pero los españoles sufrieron otras ochocientas, de las que unos trescientos eran muertos.
El capitán español tomó un botín de 200.000 ducados, pudo devolver lo robado en nuestras costas por los franceses y ofrecer un buen donativo al apóstol, a cuya catedral acudió a dar gracias. Pero no evitó que el relicario de plata se hundiera con la nave de su rival. La Batalla de Muros de 1543 pasa por ser la primera batalla moderna del Atlántico. n