publicación “cuadernos inéditos de berlanga”
El editor Basilio Rodríguez no se lo creía hasta que la vio en un rincón de su desván. Berlanga guardaba su poesía junto a una colección de zapatos con tacón de aguja, muy cerca de la literatura erótica.
Sus versos de joven enamorado llevaban sesenta años encerrados en cuadernos que él llamó “rusos” y que hoy titulan “inéditos” porque muchos fueron escritos a pie de garita mientras hacía guardia en una torre del país estepario. Que un día voló. Pero que dejó al genio intacto. En el mismo barrio donde se abrazó a la Falange de José Antonio y le dio la “bienvenida” a Mr Marshall. Para que hoy, además de sus joyas cinematográficas, el espectador pudiese ver el germen repintado en libretas de niño pequeño.
Fue así como el director contactó con Rodríguez con la intención de sacar sus poemas a la luz. Quizás, decía el editor, por eso de que los escritores inéditos tienden a tiritar por ser inéditos pero también con el temor de que sus sonetos le sacaran el brillo a su carrera. Lo desprestigiaran.
Sin embargo, una vez que accedió y subió allí arriba, a su desván, Basilio sintió que “estaba tocando la vida de Berlanga”. Porque entre las composiciones magníficas y las mediocres propias de un muchacho obsesionado por una tal Rosario, estaba el Berlanga novelista, a través de esbozos que alcanzarían el formato cinta años después, compartiendo espacio con el Berlanga cuentista y autor de microrrelatos. El escritor contaba que eran cuatro los cuadernos. En ese momento, Berlanga le estaba pidiendo que los transcribiera.
Encuentros > Lo que vino después fueron grandes quedadas en su despacho madrileño, encuentros gamberros, decía Basilio, donde Berlanga rejuvenecía releyendo la poesía y las cartas nunca correspondidas por Rosario.
Contaba el catedrático Paz Gago que por ella se alistó en la División Azul. Con el corazón herido y la intención de salvar a su padre –condenado a muerte– de la quema. Pigmalión Ediciones publica en “Cuadernos inéditos de Berlanga” el embrión de lo que llegó a ser, sus primeros titubeos con la pluma y sus dibujos, que guardan cierto parecido con los de Lorca, y sus dotes para la ilustración gráfica. De cuando empezó a pergeñar guiones de cine y de sus primeros ensayos, el libro permite llegar a la esencia del Berlanga con veinte años para extirparle la espina clavada. Aunque sea de forma póstuma. Para hacerle ver al público que el que fue una especie de notario de la realidad con una cámara al hombro, sufrió por Rosario, con la que no perdió el contacto y que falleció meses después que el maestro. La muerte de Berlanga truncó todo el trabajo en equipo. Basilio explicaba que tuvo que completar el proyecto sin ninguna firma que avalara el contrato de ambos y con varias fundaciones lanzando ofertas económicas para quedarse con los papeles.
Sin embargo, Basilio se limitó a cerrar el encargo para satisfacer el deseo de su amigo, completando sus primeros pasos con textos de Gonzalo Suárez, Luis Alberto de Cuenca y Andrés Aberasturi, con un epílogo de Aute y el prólogo de un gallego, Miguel Losada. En una colección que tiene la intención de crecer.