Cuando los coruñeses caminan por las calles, suele pensar que pisan terreno sólido, pero debajo del asfalto, existe toda una red de túneles, sótanos e incluso ríos a los que el progreso ha condenado a desaparecer cubriéndolos de asfalto como el Monelos. Y, sobre todo, alcantarillado, la red de saneamiento por el que circulan los detritus y la de pluviales que recorre el agua y que evita que la ciudad se anegue. De su mantenimiento se encarga un equipo de hombres que hacen que todo siga en funcionamiento y fluyendo, o por lo menos, lo suelen hacer, porque actualmente se encuentran en huelga.
Algunos llevan más de 20 años trabajando en las entrañas de la ciudad, y han visto cómo cambiaba. “Mellorou moito en 23 años, cando empezamos era un sen vivir, estábamos día e noite, prácticamente”, recuerdan. Muchas de las instalaciones se habían realizado de la manera más precaria, conectando pluviales con fecales, de manera que las aguas negras rebosaban cuando llovía con fuerza, o que se vertía directamente al mar. Años de obras y de reformas, han conseguido cambiar el sistema de alcantarillado. El Gobierno de la Marea Atlántica anunció este año que había conseguido acabar con los últimos vertidos, excepto los que se producen en A Pasaxe.
Pero incluso ahora, en pleno conflicto laboral, es necesario mantener con los servicios mínimos un retén de guardia. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. “Un fin de semana no tes nada pero o outro poden ser 24 o 25 horas todo o fin de semana, sin descanso, a veces sin comer, ou comiendo mal, porque, claro, cuando tes unha inundación na casa, o que queres é que te veñan rápido.
Los poceros, como se les llamaba antiguamente, no siempre tienen que descender al subsuelo para poder trabajar, existen muchas tuberías de 160, 200 o 315 centímetros, por las que una persona no cabría. Así que para localizar la obstrucción utilizan una cámara de fibra óptica y luego utilizan camiones con potentes bombas: “Metes unha mangueira con auga a presión e o vas arrastrando de volta ata que acaba nun pozo”. Sea lo que sea lo que haya salido de la tubería, acaba en una planta donde lo tratan adecuadamente.
A lo largo de estos años, han visto de todo lo que los coruñeses tienen la costumbre de enviar al subsuelo tirando de la cadena del retrete. “O que máis atopas é comida. Chourizos, osos. Unha vez atopei un oso enteiro de xamón”, recuerda uno de los poceros. Otro evoca, encontrándose debajo de una comunidad de Monte Alto, el asombro que sintió cuando descubrió una larga ristra de sábanas anudadas las unas a la otras “como as que utilizan os presos cando queren escapar da cárcere. Era de película”. El pocero descarta que alguien hubiera intentado una atrevida fuga a través de la taza del vater. “Fixerono por facer mal”, sentencia.
Es cierto que no todo lo que cae a través de la tuberías al subsuelo es un desperdicio, pero los poceros desmienten esos rumores de que se pueden encontrar en las alcantarillas y pozos de la ciudad anillos o pendientes perdidos en un descuido. Cribar las aguas fecales sería una pérdida de tiempo. “Antes se encontraba, hai moitos anos pero a xente cada vez tira menos. A economía non está para tirar ouro”. Sin embargo, aún es posible descubrir durante una de las limpiezas el brillo del oro, pero nada que le pueda hacer a uno rico: “O que pense iso, vai mal”.
Lo que más encuentran son sobre todo, toallitas higiénicas y detergente endurecido, las dos principales causas de obstrucciones en las tuberías de la ciudad. Sobre las toallitas, reconocen que no han encontrado jamás nada comparable a lo descubierto el año pasado en las alcantarillas de Londres, una amalgama de toallitas húmedas, pañales y preservativos de dos campos de fútbol de extensión. Al detergente le lleva tiempo formarse, pero cuando por fin se solidifica, forma piedras que son como “cemento branco”. A menudo, todo aparece revuelto formando una masa, “pañais, trapos e de todo”.
Por el subsuelo
Las cosas se complican cuando hay que descender a las profundidades. Ellos mismos admiten que no es algo habitual, pero a veces no queda más remedio. “É duro porque non sabes o que te atopas”. Hay estaciones de bombeo como la de San Roque, que se encuentran a diez metros de profundidad, túneles grandes que atraviesan la ciudad y que solo recorren ellos. Una ruta pasa por la arena, las Esclavas y al bombeo de San Roque, Monte Alto, Ciudad Vieja, La Marina, Os Castros, Cuatro Caminos. Otra atraviesa la ciudad desde la plaza de Ourense, la plaza de Pontevedra, la plaza de Lugo y Modesta Goicouría y llega al Playa Club.
A Coruña no es grande, reconocen. Solo hay cinco o seis colectores grandes, el que viene del puerto, el de la Torre de Hércules o el que comienza en puente de A Pasaxe, sigue por Matogande, Alfonso Molina, Segunda Fase de Elviña, A Grela y Bens. Se conocen la ruta de memoria, porque no tienen más remedio: “O concello ten os planos, pero a nós non nos dan nada diso. Temos que buscar a vida a base de levantar as tapas e probablemente sabemos máis que eles”. Solo ellos saben lo que hay allí abajo, como su fauna. “Cocodrilos nunca vin, pero ratos os hai grandes coma gatos, e non escapan rápido”. Con las mareas vivas, el océano inunda las pluviales y las ratas tienen que correr a la superficie. “Agora hai menos porque lles poñen veneno. Nunca me coincidiu de atopar unha bichería”. Pero hay más peligros, como los gases (metano, clorhídrico). “O comprobamos con detectores e se a medición da positiva, non se baixa”·.
Y por supuesto, hay que tener en cuenta las enfermedades e infecciones derivadas de moverse por el subsuelo: “Estamos vacunados contra a hepatitis, o tetanos, levamos mascarillas cuando fai falla, e é obligatorio baixar con máscara e con equipos de respiración autónoma”. Nunca se sabe. En una ocasión, cuando limpiaban un depósito de agua potable, de los que forman parte de la traída de la ciudad, encontraron el cadáver de un perro.
Condiciones penosas
Como señaló la concejala de Medio Ambiente, María García su trabajo se hace en condiciones penosas, y no siempre es apreciado. “Antes nos vían e se tapaban a nariz”, aseguran y añaden que “o noso traballo só é importante cando non funciona”. Muy de vez en cuando, un hecho espectacular obliga al público a dirigir su atención a lo que hay en el subsuelo, como en noviembre de 2016 cuando la erosión generada por el río Monelos amenazaba con un hundir la plaza de Cuatro Caminos. “Meteron dumpers pequenos e limparon 200 toneladas de area e basura”, recuerdan. O cuando las paredes del colector de la avenida de Rubine se vinieron abajo por un temporal.
O como ahora, con su conflicto laboral para conseguir una subida de sueldo. “A empresa (Valoriza Agua) mellorou económicamente estes anos, subíronlle un 56% o abono do prezo por hora”. Por el contrario, los trabajadores llevan desde 2010 sin un céntimo de subida salarial. “Todo o que se conseguiu foi a base de denuncias e de requerimentos do xuzgado”.
Valoriza Agua trabaja para Emalcsa, la Empresa Municipal de Aguas, que los trabajadores exigen que medie en el conflicto que ya se prolonga durante una semana y que por el momento no tiene visos de parar. Los trabajadores insisten en una subida de sueldo porque allí abajo no hay oro. Solo trabajo duro que alguien tiene que hacer. l