Fue como un jarro de agua fría. Cuando el electorado del PP y en general la opinión pública más atenta esperaba con interés la reacción de la cúpula del partido tras el análisis hecho sobre la severa derrota sufrida en las elecciones catalanas, Pablo Casado salió en comparecencia televisiva anunciando el próximo abandono de la emblemática sede en la madrileña calle de Génova como símbolo de ruptura con los casos de corrupción del partido en el pasado.
Dio también a conocer otras novedades de relieve, como un plan específico para Cataluña y su propósito de empezar a trabajar ya en un documento político de cara a la convención nacional de otoño en la que se apruebe todo un rearma ideológico para recuperar los millones de votos que tiempo atrás se fueron a Ciudadanos y ahora también a Vox.
La realidad fue que, anunciadas al tiempo, unas cosas eclipsaron a otras, el pretendido simbolismo reformista pasó a segundo plano y el adiós a Génova –si se quiere, lo más espectacular- dominó tertulias y titulares periodísticos. Como, además, nada al respecto se había runruneado en las vísperas, aquello sonó a extemporáneo; a una reacción imprevista e impulsiva de la alta dirección; a uno de los de los bandazos que se le achacan a Casado.
Pero las cosas no habían sido así. Lo que en verdad proponía el presidente del PP era levantar una ruptura manifiesta frente a un pasado que sigue avergonzando al partido en los Tribunales, en plena efervescencia estos días. De lo contrario, seguiría pagando el descrédito ante la opinión pública y el castigo en los procesos electorales por unos hechos en los que la Dirección actual nada había tenido que ver.
Y es que resulta curioso, cuando no para muchos irritante, que mientras al PSOE le ha valido política y mediáticamente el desmarque de la Ejecutiva actual respecto, por ejemplo, a los EREs falsos andaluces, el mismo argumento no sirva para el PP en lo que a la corrupción del pasado se refiere. Tiene, pues, éste todo el derecho, a poner el marcador a cero. Dejar Génova le podría ayudar a ello. En política, las hipotecas, justificó Casado, no son hereditarias. No se trata, pues, de un mero asunto de intendencia interna, a resolver en el ámbito interno, como ha dicho Feijoo.
Que, evidentemente, el problema del PP, como el de tantos otros partidos, no es de sede, eso no se le oculta a nadie ni, por supuesto, a la propia Dirección. Eso no hay ni que advertirlo. Y que lo importante es crear un proyecto político estable y nítido, conectado con la sociedad y lejos del tactismo del corto plazo, resulta elemental.
Según el presidente del PPdeG y de la Xunta, el PP lo que necesita es ganar. ¿Pero cómo y, sobre todo, desde qué principios? En quaestio.