Un programa de televisión sacudió al personal con una farsa sobre el 23-F, consiguiendo así renovar el protagonismo de un acontecimiento que aún se considera “ trascendental para la democracia” y que, sin embargo, había quedado para escuetas reseñas cada aniversario. El asunto provocó sentimientos encontrados, desde quienes lo celebraron como un hito televisivo y un ejercicio informativo de primer orden, hasta quien lo encontró grotesco, vergonzoso y una tomadura de pelo. Ambos casos tuvieron sus respectivos “hooligans”. Hubo quien se tragó la patraña y se rió al final o a quien no le hizo ninguna gracia; hubo quien halló el montaje un genial divertimento y quien lo vio indigno y una burla ante aquel grave suceso. También hubo quienes lo entendieron como una infamia y una falta de respeto a los que vivieron y padecieron épocas terribles tras una asonada.
El montaje –con la osadía de introducir, con su complicidad para darle verosimilitud, a políticos y periodistas que protagonizaron o fueron testigos del intento de golpe de Estado– escenificó una antigua teoría sobre una mascarada que abortaría el golpe auténtico. Es decir, una explosión controlada para evitar un gran alud, previsible, pero inesperado y devastador. La comedia, por tanto, habría frustrado posteriores trágicos sucesos, reforzando al tiempo las instituciones del Estado y convirtiendo a su cabeza visible en salvador, garante y emblema de la democracia.
No vi el programa, pero reconozco que me lo hubiese creído de punta a cabo. Lo admito, un crédulo. Pero simplemente porque quiero creer. Necesito pensar que puede haber algo más de lo que se esconde o nos ocultan tras la presunta realidad. La navaja de Ockham es un opiáceo para el entendimiento, anula el sentido y paradójicamente lo ancla a la garbancera objetividad. No. Es necesario creer en conspiraciones, en que hay otros mundos, pero están en éste. Hay que convencerse de que existe una pantalla que distorsiona la verdad, y que tras ésta hay otra, y una más... Quedarse con la primera versión no lleva al conocimiento. La primera opción, como postula Ockham, son los encadenados de la caverna platónica o los locos de la parábola sufí del agua de la vida. ¿Y si el 23-F no fue como nos lo contaron? Ni siquiera como nos los presentó Évole. ¿Y si sucedió que alguien se fue de rositas después de conspirar y echarse atrás luego dejando a lo suyos con el culo al aire?... No importa, qué sería de nosotros sin los arcanos. Sin escurridizos fantasmas, desconcertantes fenómenos, indemostrables conspiraciones e inquietantes hombrecillos verdes. Necesitamos imaginar que algún día podremos desentrañar el misterio esperando al mismo tiempo no hacerlo nunca. Prefiramos mantener la intriga y considerar que al memo que demuestre algún día por fin la existencia del monstruo del lago Ness habría que molerlo a palos.