INTRIGAS PALACIEGAS

Entre golfada y golfada, la política sigue su curso como si nunca hubiera habido otra cosa. Es el pan nuestro de cada día. La política por la política. No parece haber nada más allá de eso. El fin último no es el servicio al ciudadano, sino urdir cutres tejemenejes. Cientos de profesionales de la cosa pública buscándose los garbanzos desde lo más profundo de los partidos, haciéndose un hueco a codazos, a puñaladas, si fuera menester, e ir escalando puestos hasta la cúpula, su Nirvana.
Esta feria de chamarileros se resuelve en agrupaciones, clanes y familias en luchas intestinas dentro de las formaciones. Hablamos de barones, de sus alianzas y de sus contubernios. A imitación de aquellas intrigas palaciegas en las que el drama siempre estaba presente y cuyos actores, incluso los más arteros, en su maldad, eran intelectualmente soberbios, excelentes. Shakespeare extrajo la esencia de su Ricardo III, lo exprimió y lo reconstruyó para elevarlo al rango de mito. El arquetipo del intrigante. ¿Habrá algo de aquel taimado en cualquier actor de la política actual? No, si acaso una pincelada. Una mala imitación del antiguo refinamiento de la conspiración, la daga y la cicuta. Falta clase. Y nobleza, porque es necesario que haya justicia poética y que un patricio caiga a manos de otro, y éste por el puñal de un tercero, aunque sea induciendo la mano de un Bellido Dolfos. Aprendices de Casio, pálidas sombras de Borgia. No hay más que afinar un poco para ver que son de pésima calidad interpretativa. Hasta para profanar la ética apelando a ella hay que tener prestancia y sutileza. Pero la elegancia de los políticos de nuestro tiempo, salvo alguna excepción, es la del pocero con su pértiga hozando en las cloacas (aún habría más apostura en éste que en aquellos).
Broncas de comadres, trifulcas de casino, insultos de vecinas, jaleo de corralón, peleas de bellacos y vocerío de taberna. Qué fastidio. Ahí están, dando la tabarra con sus conciliábulos, desde oscuros politiquillos locales hasta el refulgente generalato de los partidos. La política por la política. Qué hastío. El juego de las sillas. Empujones, zancadillas, traiciones y defenestraciones. Ocasos y apoteosis...
Y nosotros, aletargados, observando sus cambalaches mientras todo se va al garete. Graves analistas desentrañan el cómo y el porqué de los manejos que se suceden en las cocinas de la política y quiénes son sus muñidores. Debemos conocerlos a todos, saber sus nombres y sus habilidades; conocer a sus valedores y a sus enemigos e intuir a los traidores. Escudriñar su pasado y seguir sus pasos desde las catacumbas hasta el esplendor o la caída en desgracia. Día a día, tenemos que tragar sus andanzas, vida y milagros. Hay quien encuentra a esos personajes y sus luchas internas de enorme interés y fundamentales para el desarrollo de la democracia. Pero qué tedio. Por mí se podrían ir al infierno

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