Con una cierta emoción contenida, Angela Merkel cerró el pasado 31 de diciembre su tradicional mensaje televisado de fin de año. Lo hizo con una referencia a “algo personal”, que en realidad no era tan así porque conllevaba una no pequeña relevancia política. “Dentro de nueve meses –les hizo llegar a sus conciudadanos– se celebrarán elecciones parlamentarias y no volveré a presentarme. Por tanto, con toda probabilidad hoy es la última vez que me dirijo a ustedes como canciller en un discurso de Año nuevo”.
Es de suponer que el anuncio no le cogió muy de nuevas a la opinión pública, pues ella misma ya lo había adelantado en octubre de 2018. En todo caso, se trató de la confirmación de lo entonces anunciado y del pistoletazo de salida para la carrera por su sucesión en este 2021, un decisivo “superaño” electoral salpicado allí de citas con las urnas –seis de ellas de carácter regional- en las que se dirimirá el escenario de la andadura post-merkel del país.
Las generales del 26 de septiembre próximo serán las primeras desde 2005 sin ella en la liza. A juicio de los comentaristas, la era Merkel –cuatro legislaturas consecutivas– ha atravesado en estos tres lustros de gobierno otros tantos momentos clave: su firmeza en la salvación de una moneda única europea que en 2010 se tambaleaba; su valiente defensa de los refugiados en 2015, con una apertura humanitaria de fronteras a pesar de los problemas de orden interno que le podía acarrear, y su pragmatismo para hacer frente al coronavirus.
Por medio de todo ello, puso en orden las cuentas generales y sostuvo una antipopular, pero eficaz política de déficit cero que le ha permitido desahogos posteriores. Bajo su presidencia rotatoria de la Unión Europea se firmó el acuerdo del bréxit. Y ya más a última hora su decisión de romper uno de sus tabús políticos aceptando que haya sido la UE quien como tal se endeude y no cada país individualmente, ha abierto la puerta para la aprobación de las mil millonarias ayudas que Bruselas tiene en curso y que deben contribuir a superar la crisis económica derivada de la covid.
Una de sus últimas tareas pendientes a lo largo de esta su larga retirada ha quedado también resuelta con la elección de su sucesor al frente del partido, la CDU, en la persona de Armín Laschet, 59 años y presidente del land o estado federado de Renania del Norte-Westfalia, que se ha declarado continuador del centrismo merkeliano.
No quiere ello decir que él vaya a ser el gran cabeza de cartel de las elecciones de septiembre, pues se trata de una designación que ahora la propia CDU debe consensuar con su socio histórico, la socialcristiana CDU de Baviera. Sea quien fuere, tendrá el enorme reto de emular la ingente tarea y huella de la señora Merkel. No será fácil.