ESA DULCE IMPUTACIÓN

Qué envidia me dan. Son unos privilegiados, sin duda, y sin la impostura de la falsa humildad. Lo proclaman con satisfacción y orgullo. Qué envidia, digo, mientras los demás tendremos que conformarnos con observar e imaginar cómo será esa vida plena. “¡Qué linda en la rama /la fruta se ve! /Si lanzo una piedra/ tendrá que caer”.
Yo quiero ser imputado y probar las mieles de la imputación, como ellos. Porque algo debe de tener la imputación cuando la bendicen. No hay más que oírlos. Debe de ser un estado próximo a la felicidad absoluta. “No es mío este huerto/no es mío lo sé:/más yo de esa fruta /quisiera comer”.
Lo primero que se le oye a un imputado es que está muy bien, muy tranquilo. Todos aseguran que están “muy tranquilos”. Se les intuye la posición del loto. Meditabundos como un buda. Dados a la introspección y al camino hacia el Nirvana. Cierto es que la razón de esa paz interior es más prosaica. Noble, en verdad, pero más de andar con los pies en la tierra: la confianza en la Justicia. “Confío plenamente en la Justicia”, suelen decir. Y así, con rostro beatífico, quedan a la espera de lo que haya de suceder.
Otra característica del imputado (o imputada) es la de anhelar la colaboración con la justicia. “Estoy encantado (o encantada) de colaborar con la justicia”. No es una frase hecha, aunque se haya oído en innumerables ocasiones. La dicen de corazón. “Estoy encantado de colaborar con la justicia”, repiten, como si esa fuera su razón de ser, un objetivo vital escrito en el principio de los tiempos. Arden en deseos de estar ante el juez. En ese “encantado” (o “encantada”) se adivina el paroxismo. No nos extrañe que en esa confesión se solapen bizqueras y ahogados grititos de un orgasmo causado por el sumo placer de colaborar con la justicia. “Mamá está lejos,/papá no me ve,/no hay aquí otros niños.../¿quién lo ha de saber?”.
Y llegado el momento, sólo les cabe esperar a que la Justicia sea aplastada por el rodillo de Ley, algo más que previsible, y que desimputaciones, sobreseimientos, prescripciones, defectos de forma o, en el peor de los casos (el Altísimo no lo quiera), tibias inhabilitaciones y multas más amables que las de aparcamiento les hagan mirar al cielo, guiñarle un ojo en plan coleguita al Eterno, decirle “gracias Dios mío” y a otra cosa, mariposa. Y si el asunto se pusiese crudo, un par de añitos a la sombra... y a tomárselo como una experiencia vital, y luego caer en los amorosos brazos de tertulias o algún consejo de administración en Cochabamba. Vale la pena arriesgarse a ir al trullo. ¿No?
“Llegando a mi casa/caricias tendré,/abrazos y besos,/y frutas también”. Con el botín a buen recaudo. El tesoro del capitán Flynt espera a ser desenterrado. ¿Y nosotros, la plebe? Pues a rabiar de envidia...Y cuidadito con escaquearle un ochavo a Hacienda. No nos imputarían. Directamente nos crujirían.

ESA DULCE IMPUTACIÓN

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