No sé si va a ser necesario poner las barbas a remojar. Desconozco si los milenaristas habrán reparado en ello y no andarán ya desempolvando mensajes escatológicos. Pero por si acaso no vendría mal andar un poco amoscado. De momento se tambalea eso del cielo protector y nos damos de narices con una bronca naturaleza iconoclasta. Los gallegos lo sentimos en propia carne atlántica, cuando nuestro Olimpo celta quedó reducido a cenizas. El fuego no respetó el hogar de los dioses milenarios. Por si fuera poco, tampoco el rayo, las llamas y la furia del mar tuvieron piedad del santuario mariano galaico por excelencia. Aquel salón de baile de los gentiles cristianizado, donde las piedras acostumbraban a bailar.
¿Quién protege al Cielo protector? Pagano o cristiano. ¿No son éstas señales? Algo que se escapa a nuestro entendimiento se está moviendo y ni respeta los símbolos a los que nos acogemos y a los dioses a los que rezamos.
En el ónfalo del cristianismo y instancias del papa, dos palomas, emblemas de la piedra angular de esta religión fueron soltadas por sendos inocentes (el ser humano gusta de la alegoría y la convierte en amuleto) para, de improviso, ser atacadas y despedazadas por una gaviota y un cuervo. Un ataque simbólico en la delegación del Cielo en la Tierra. Una agresión en pleno ágora de la vicaría de Cristo. ¿Es que ya ni nos protege el Cielo protector? No puede haber nada más aterrador. Pensemos entonces para tranquilizar nuestras acongojadas almas que sólo nos están previniendo de las hordas de Gog y Magog. Nos indican que estemos vigilantes ante los signos de que el Diablo ha sido desencadenado.
Pero no. Tranquilicémonos. Es natural que una pérfida gaviota se abalance sobre una paloma. Que un cuervo caiga en San pedro de Roma sobre esa estúpida ave, porque la naturaleza lo ha hecho depredador. Como también es lógico que el fuego arrase la mansión de las deidades ancestrales, porque estamos en Galicia y es normal que un monte se queme, ya sea un olimpo celta o un criadero de eucaliptos (Galicia, donde la lluvia es el ying y donde algunos se han empeñado en que el fuego sea el yan; una tierra que llega a arder mientras llueve).
Es previsible que el mar y el cielo acosen a un santuario expuesto a las tormentas oceánicas. Es obvio también que una centella acabe mutilándole un dedo al hierático Cristo do Corcovado, si está ahí, como un pararrayos, en el lugar más alto de aquella Babilonia. Si la chispa le hubiese cercenado meñique, anular, índice y pulgar, entonces sí habría razones para mosquearse. Nada de señales apocalípticas, pues. Apenas una serie de simples casualidades. Sucesos sin importancia. Claro que si a partir de ahora continúan pasando cositas como éstas, lo dicho: las barbas a remojar.