El perro es, como bien se sabe, un animal no vegetariano que no come las verduras del huerto de su amo, pero que al tiempo no deja que otros de la especie que sean lo hagan. Esto es, ni come ni deja comer. La popular expresión idiomática inspiró una célebre comedia de Lope de Vega (1618), dio pie a una de las últimas películas de Pilar Miró (1996) y en estos nuestros días encaja como anillo al dedo en la política del Gobierno, con el ministro Illa al frente y el presidente Sánchez escondido, en lo que a medidas para doblegar la pronunciada curva de contagios por coronavirus se refiere.
No se entiende, en efecto, el empecinamiento gubernamental en no atender los requerimientos de las comunidades autónomas para revisar las condiciones del estado de alarma en materia de confinamiento y restricción de libertades o, al menos, para que se dé a las Administraciones regionales cobertura jurídica suficiente al respecto y ellas puedan operar según necesidades de sus respectivos territorios.
Pero no hay manera. Como el perro del hortelano: ni come ni deja comer, lo que traducido en el lenguaje institucional de Feijoo viene a ser un “no sólo no gestionan, sino que no dejan gestionar”. El caso es que no habrá de momento el mal llamado toque de queda a partir de las 20.00 horas, que vendría a significar una especie de confinamiento temporal domiciliario y que, guste o no guste, se ha manifestado como la fórmula más eficaz para aplanar curvas epidemiológicas como la presente.
Tal inmovilismo jurídico sorprende de forma especial en un Gobierno que en otras situaciones de su particular conveniencia ha forzado leyes y acelerado procedimientos sin cuento ni vergüenza. Ahora mismo, por ejemplo, acaba de modificar por sorpresa el decreto que paralizó los desahucios durante el estado de alarma y que llevaba tan sólo tres semanas en vigor, para así dar manga ancha a la okupación de viviendas. Otro gol, por cierto, de Podemos.
La desescalada a la carta hacia la proclamada nueva normalidad de la primera época fue un auténtico desastre. Nada digamos del pufo de la cogobernanza. Y este tiempo de la tercera ola no está siendo mejor. Después de haber actuado a su pura conveniencia y de haber mentido tanto, Moncloa no goza a estas alturas de la mínima credibilidad. Y más cuando el ministro que en teoría pilota la gestión sanitaria es a la vez candidato bien colocado del partido en las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina.
La situación es altamente preocupante. Crítica, dicen quienes están siguiendo en primera línea la presión hospitalaria. El virus se ha disparado. Y el país todo está pagando cara la permisividad de las Navidades. Por si quedaba alguna duda, resulta claro que con el “sentidiño”, las llamadas a la responsabilidad personal y los confinamientos perimetrales no basta.