No es aventurado afirmar que el gran drama del ser humano se produce cuando reflexiona sobre la evidencia de que no “vive” antes de “nacer; pero se inquieta y preocupa por “sobrevivir” después de “morir”. Esa angustia vital se explica porque siendo consciente de que es “mortal”, aspira a la “inmortalidad”. El hombre no acepta ni se resigna a reconocer que “no hay camino sin término” ni “principio sin fin”. Por eso, no puede extrañarnos “el sentimiento trágico de la vida”, del que hablaba Unamuno y que le acompañó hasta su muerte.
Precisamente, ese “vivir atormentándose a sí mismo”, propio del hombre, llevó a los pensadores griegos a considerarlo como “el ser más desgraciado de la tierra”.
Si bien es cierto que los “seres vivos” son, precisamente, “los que mueren”, el hombre es el único que se plantea el gran misterio de la muerte. Sólo para el hombre existe el “problema del más allá”, es decir, el de la “vida después de la vida”. En este sentido, conviene precisar que cuando el hombre habla de “resurrección”, no piensa en “nacer de nuevo” o “volver a nacer”; lo que desea es “no dejar de vivir o volver a vivir”. Su gran obsesión es “revivir” más que “renacer”. En una palabra: “no quiere que la muerte sea el final de la vida”. Tampoco le seduce la idea de la resurrección o metempsícosis de algunas religiones, que defienden el renacimiento o transmisión del alma en otro cuerpo humano después de la muerte.
Sin la idea de la muerte, todas las promesas de felicidad o de castigo que se contienen en las religiones para después de la muerte, serían vanas y carentes de fundamento.
En la Antigüedad, algunos pensadores consideraron la muerte como una necesidad, afirmando que “el hombre tiene tanta necesidad de la muerte, como del descanso”. Y esa misma idea sostuvo el doctor Nóvoa Santos, para el que “la muerte tendría el valor de merecido sosiego y descanso”; pero al plantearse este sabio doctor la problemática sobre “la probable persistencia de la persona humana más allá de la muerte”, termina reconociendo que la supervivencia “constituye un supuesto de orden metafísico que no puede discutirse en el terreno de la fisiología”.
Como dijo Jorge Luis Borges, “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.
Para el filósofo estoico Epicuro, “la muerte nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte se presenta, entonces no existimos”.
Como conclusión diremos que, si no le damos sentido a la vida, la vida carece de sentido.