LA CANALETA

Hay dos cosas que caracterizan a esa convención que llaman España. Una es decir una cosa cuando en realidad se piensa la contraria. Así, es habitual oír cómo alguien ratifica a otro en su cargo. Suelen ser los presidentes de clubes deportivos los mayores usuarios de la frase. Años escuchando afirmaciones como estas nos lleva a colegir que en no más de veinticuatro horas el antes confirmado será destituído fulminantemente.
Esto es aplicable a la política. Como a los políticos corresponde lo de poner la mano sobre el fuego por un cofrade, así éste haya sido un golfo. Después de haber oído estas palabras cientos de veces en otros tantos casos, deberemos entender que el tunante acabará en el banquillo. Eso sí, pagando al final una multa irrisoria, inhabilitado por breve tiempo o en la cárcel, en los menos de los casos, porque entre cuantías, antecedentes, indultos y otras zarandajas judiciales el asunto queda en nada dando carta de naturaleza a la tranquilidad de conciencia del mangante y sus valedores. Nuestros próceres suelen tenerla de cemento y no dudan en afirmar algo sabiendo que el tiempo demostrará lo contrario. Porque les importa un rábano. Verba volant... Así que hasta la próxima.
La otra cosa es ese extraño fenómeno por lo que todo aquello que construyen los españoles, aun cuando se haga hacia arriba o en horizontal, acaba siendo un profundísimo agujero que se traga millones. La Cabra Montesina. No hay nada que hagan que no acabe costando el doble, el triple, hasta el quíntuple de lo presupuestado. Deber de ser el espíritu encastado del ñapas carpetovetónico (el más barato del gremio) que empezó enseñando canaleta al ama de casa acodando el tubo “sinfónico” para, finalmente, pasarle una factura del copón tras haberla convencido de cambiar las viejas tuberías (“un desastre, señora”) por otras de polipropileno; las válvulas de volante (“no había por dónde cogerlas”); el fluxómetro (“es más caro, pero se lo aconsejo, a larga le saldrá más económico”) y destrozar el alicatado. Total: un potosí. Luego, unas facturitas más y a montar la constructora. Y de ahí, directos al canal de Panamá.
¡Cándidos panameños! El presupuesto licitado (el más barato del gremio) acabó disparándose, como de costumbre. Pero la compañía adjudicataria detendrá la obra si el país centroamericano no paga ese sobrecoste. Ya la tenemos liada. Así que allá se fue una ministra a defender a una empresa privada con la excusa de la Marca España, como la madre que va a ver al director del colegio a ver qué gansada hizo esta vez el nene. Y dicen que dijo con firmeza: “el Gobierno español no concederá en ningún caso fondos para la finalización de las obras”. Bien, tras esta afirmación y conocido el paño, ahora sólo queda esperar para saber cuánto nos va a costar la broma...

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