La amargura de la soledad

La soledad del político cuando cae en desgracia. El silencio de los propios, el reproche público de los ajenos. A veces el ensañamiento, otras, la búsqueda de la verdad. Pero todo se enmascara en el cambalache del politiqueo. La carnaza no tiene piedad. No hay compasión en la política, en la lucha por el poder. El ciudadano importa bastante poco, o nada. A veces sí, en lo más inmediato, en lo local, en lo cercano. No así en los altos vuelos, en la lucha cainita por la poltrona, por colocar a los fieles, que no más avispados o con capacidad, pero sí con lealtad hasta que siempre se acaba devorando al padre.
La muerte de Rita Barberá nos ha cogido por sorpresa. Su último año y medio ha sido durísimo, pero la ya exsenadora se enfrentó a este último embate, y prácticamente lo hizo sola. Quizás el golpe más duro es o fue su baja forzada en su partido tras casi cuatro décadas. Y a su lado, el silencio y el desdén, cuando no desprecio, de muchos de los suyos. Eso duele, atraviesa, decepciona. Más allá del postureo mediático y el abandono a veces cínico. Pero cuando alguien deja de ostentar que no detentar poder, todos huyen a adular al nuevo. Y en la política esta es la seña de identidad de aduladores y mediocres que rodean a muchos y que estos consientes y postulan para evitar que otros de más valía descubran sus finitudes, o la decepción que cómo personas se sienten al descubrir su poca calidad humana.
La política en España es ingrata. Se pasa de un péndulo autocomplaciente y nebuloso donde no se quiere ver la realidad, a darse de bruces con el suelo. Cansado, herido n, solo y con el desprecio y el insulto al que es tan proclive esta España mediocre. Y más que España su sociedad. El reflejo de una decadencia donde la envidia, el desprecio son la recompensa a la ignorancia, la mediocridad y la adulación. Aquí no se premia el mérito, el talento, el esfuerzo y el sacrificio, se le zahiere, se le dobla, se le silencia, se le crucifica. Así nos va.
Pero antes de que ahora algunos saquen pecho por la política que acaba de fallecer, de que utilicen su causa y su óbito para acusar de ensañamiento político contra su persona o tildar de cacería lo que ha sufrido la misma, harían bien en hacer autoexamen de conciencia y ver cada uno qué posición ha tenido y cómo y qué dijo y por qué y en qué contexto se dijo. Conviene no descontextualizar ahora las cosas. Quienes le pidieron que devolviera su carnet deberían también preguntarse muchas cosas. Barberá sufrió un infarto con consecuencias funestas. El estrés, el agobio, la ansiedad, la sensación de soledad y abandono, el silencio cómplice y provocado de muchos que antes eran compañeros que no amigos, también atraviesa el alma. Como sentirse inocente de unas acusaciones o no. Barberá sabía muchas cosas, pero en este país primero se sentencia con la pena del banquillo mediática y luego se enjuicia. Su final no estaba escrito así. Mejor que la última imagen ante el Supremo aquella otra de la apertura de las Cortes, sin miedos, paso firme, valiente hasta las últimas consecuencias compareció en su calidad de senadora ante unas Cortes donde muchos le hicieron el vacío. Para el recuerdo ese su “Marguis” y el beso al exministro. Extraña la política esta, donde ahora los plañideros utilizarán también las vergüenzas propias y ajenas. Que se guarde o no un minuto de silencio o que algunos diputados abandonen el hemiciclo es una anécdota más del cambalache en que se convierte todo. Nos hemos olvidado siempre de las personas, de los sentimientos, las sensibilidades y el respeto al prójimo. Lástima.

La amargura de la soledad

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