Reconocimiento es dar a conocer públicamente el mérito contraído o la capacidad demostrada por una persona; el agradecimiento es el agrado que nos produce recibir algo que no esperábamos o que excede de lo que podíamos esperar en un momento determinado.
En el primer caso, el proceso actúa de fuera a dentro; en el segundo, ocurre a la inversa, es decir, de dentro a fuera. En el primero recibimos; en el segundo somos nosotros mismos los que damos.
Reconocer es hacer justicia a lo que hacen o cómo se comportan los demás; agradecer es expresar nuestra satisfacción por lo que recibimos de los demás y expresarles nuestro deseo de corresponderles.
Reconocer es un acto de justicia; agradecer es un acto de buena voluntad.
No reconocer el mérito de los demás es una injusticia; no ser agradecido, es una falta de humanidad.
Si, como se dice, es “de bien nacidos ser agradecidos”, no puede extrañarnos que, incluso, entre los animales, éstos no suelen morder ni ser agresivos con sus dueños o con quienes les dan de comer.
El agradecimiento debe surgir de forma espontánea y como un impulso o tendencia natural, para agradecer el buen trato recibido, la atención dispensada o la medida favorable adoptada.
Por otra parte, tampoco los citados sentimientos de reconocimiento y agradecimiento son contrarios o incompatibles. Normalmente, el agradecimiento va seguido del previo reconocimiento que, aunque sea merecido, no siempre obtiene respuesta positiva.
Reconocer el mérito de los demás es ejemplo de bonhomía y ausencia de envidia, pues ésta es un sentimiento de enojo y tristeza que sufre la persona por no tener algo que otra posee y que, cuando es patológica, consiste no en desear que “a uno le vaya mejor” sino que “al otro le vaya peor”.
Caso distinto a lo anterior es la emulación o deseo de mejorar o de tener algo que no se tiene o posee. De todos los refranes y frases sobre la envidia, la más dura y cruel, de autor anónimo, es la que dice “que la envidia de un amigo es peor que el odio de un enemigo”.
El que da, no debe volver a acordarse; pero el que recibe nunca debe olvidar. Por eso para Lao Tse “la gratitud es la memoria del corazón”.
En definitiva, ser reconocidos nos agrada y enorgullece; ser agradecidos nos honra.